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La vida profesional de Carlos Àngel Roa no ha sido un camino de rosas. Llegar como llegó él a convertirse en uno de los mejores porteros del mundo tiene mucho más mérito si se analizan las tremendas dificultades que ha debido superar durante su etapa profesional. El primer gran hándicap llegó con un maldito mosquito. Roa sufrió paludismo cuando emergía su figura en el fútbol argentino. Se quedó seco, sin fuerza, en los huesos. La ayuda de su familia, su enorme fe y el no arrojar nunca la toalla, fueron determinantes para recuperar a un futbolista que debía empezar otra vez de cero. Carlos arrancó otra vez y no tan sólo se recuperó, sino que emergió de su interior la figura de un profesional enorme, llamado para la gloria y cuyo nombre estaba elegido a buscar acomodo entre los mejores.

Apoyado por un fuerte impulso religioso y sacrificando lujos como un suculento asado o una copa de cava en Navidad, Roa se hizo fuerte y creció profesionalmente. La leyenda había empezado. Los frutos de su esfuerzo no tardaron en recogerse. Respetado en la Liga Argentina, la selección albiceleste no tardó en llamar a su puerta. Roa era ya grande pero esperaba la llamada de Europa, la llamada del mejor fútbol, la llamada, en definitiva, de su gran valedor, Héctor Cúper. El de Chabas se lo trajo consigo, era su hombre de confianza, ese hombre al que no hace falta decirle nada. Mallorca se rindió pronto a sus pies y España empezó a mirar a la portería, por aquel entonces, del Lluís Sitjar.

Su consagración la encontró en las inmediaciones del Turia. Pero antes, una lesión producida en el Camp Nou y que le obligó a pasar por el quirófano, le frenó en seco una trayectoria mágica. Pero no arrojó la toalla e incluso se recuperó antes de lo previsto. Con tiempo suficiente para llegar a la final de Copa y al Mundial de Francia. En la finalísima de la competición del KO, y más concretamente en los lanzamientos de penalti, los futbolistas del Barça se encontraron con el Héroe de Mestalla. La Copa viajó a la Ciudad Condal, pero el Mallorca y en especial su portero se llevaron la gloria.

Esa gloria que sólo está reservada a los que terminando en segunda posición, hicieron méritos para llegar primeros. Después vino Francia, más penaltis, esta vez contra Inglaterra y llegó más gloria. Los grandes de la Premier, del Calcio, de la Liga tocaron a su puerta pero Roa siguió en Palma, jugó en Europa y en Birmingham no pudo grabar su nombre en la última final de la Recopa. Luego decidió retirarse para dedicarse a su religión. Un año más tarde anunció su regreso y cayó lesionado. La temporada se acabó para él. Ahora afronta otro inconveniente: el de no ser comunitario. Roa vuelve a tener otra piedra en el camino. La piedra de las leyes deportivas.