Como no podía ser menos, ante Irlanda fue un partido sufrido,
cerrado y tenso. Estos calificativos habían sido empleados por los
jugadores españoles y por José Antonio Camacho en las jornadas
previas, y a fe que tenían razón. No obstante lo fue porque el
equipo español se empeñó en contradecir su estilo, en no explotar
sus virtudes, en atascarse en el centro del campo sin emplear las
bandas y en dejar vivo a un enemigo que nunca arroja la toalla.
Con todo, a España, tras un susto inicial de 'Baby Irish',
Robbie Keane, se le puso todo de cara con el tempranero gol de un
activo e inspirado Fernando Morientes, quien remató con un cabezazo
cruzado un preciso envío de Puyol desde la derecha. Fue una acción
de estrategia, en un saque de banda de los que le gusta ensayar a
Camacho y cogió a la zaga de Irlanda absolutamente
desprevenida.
McCarthy apostó muy pronto por el gigante Nial Quinn, un
delantero del Sunderland 1'95 metros, para aprovechar los problemas
que tiene España por alto, pero no era éste el que inquietaba más a
España. Lo era Duff, quien forzó con su velocidad la caída ante
Juanfran. El árbitro decretó penalti. La afición del 'trébol' y el
'arpa' rugió como nunca hasta entonces, pero el lanzamiento de
Harte fue repelido por Iker Casillas y el posterior remate a
bocajarro de Kilbane se marchó fuera.
Camacho tardó algo más en mover sus piezas. Primero retiró del
terreno a un hundido e ineficaz De Pedro, por el que salió
Mendieta, y luego suplió a Morientes por Albelda para dar más
oxígeno al centro del campo y adelantar a Valerón. En cambio, justo
al borde del final el sueco Anders Frisk decretó penalti por un
claro agarrón de Hierro a Quinn y Robbie Keane no desperdició la
oportunidad de forzar la prórroga, a la que llegó mejor moralmente
el equipo de McCarthy y además con un hombre más porque Albelda no
pudo seguir. España solamente estaba para buscar una acción pausada
y encontrar un golpe de gracia y todo se jugó en la lotería de los
penaltis.
Ahí emergió otra vez la figura de Iker Casillas, que detuvo los
lanzamientos a Connolly y Kilbane.
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