Germán Lux, desolado, observa el balón en el interior de su portería. Foto: MONSERRAT

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Buen juego, pésimo resultado. El Mallorca ha vuelto a ceder el paso y se fue anoche a la cama con el único consuelo de que su imagen no se deteriora. El conjunto rojillo, fuerte en actitud y blando en respuestas, acabó encogido ante la grandeza del Valencia y guardó en el cajón el sueño europeo, que probablemente no volverá a rescatar hasta que pase la triada maldita, ese fase horrible del calendario que completarán ahora Real Madrid y Sevilla. Los levantinos, que apenas alzaron la voz en el ONO Estadi, se nutrieron de dos psicológicos tantos de Morientes para rehabilitarse y nublar las buenas intenciones de su anfitrión. El Moro, más implacable que nunca, cogió la mano que le tendió la defensa rival en dos despistes devastadores y dejó temblando a los de Manzano. Habrá que tener paciencia (0-2).

El técnico mallorquinista había recuperado para la ocasión su once de etiqueta. A excepción de la portería, donde Lux llenaba el vacío dejado por Moyà, el de Bailén volvía a vestir al equipo basándose en el patrón que había seguido desde su visita al Nuevo Colombino. La otra consigna era enseñar los dientes desde el principio. El Mallorca cogió al vuelo las riendas y decidió llevar la iniciativa, confiando quizá en aprovechar la fragilidad mental de un conjunto que se asomaba a Son Moix destrozado por los acontecimientos recientes. Aun así, le costó mucho al once balear marcar la pauta. Lo intentó por todas las vías, moviendo bien la bola y apretando con insistencia las tuercas de los de Óscar Fernández. Pero la muralla ché fue creciendo al mismo tiempo que el partido y las opciones se recortaban. De hecho, su mejor aliado a la hora de fabricar peligro era el meta visitante, Hildebrand, que exponía serios problema a la hora de atajar el esférico. Ibagaza lo comprobó a los quince minutos y justo después lo hizo Borja Valero, aunque en ninguno de los casos se obtuvo recompensa alguna. Pese a ello, el Mallorca le había echado el lazo al partido y el Valencia sólo disponía de la opción del contragolpe.

El once isleño, probablemente arrastrado por su aparente superioridad, fue olvidando poco a poco la intensidad y su juego decayó a partir de la media hora. No obstante, siguió buscando fortuna en los lanzamientos de larga distancia. Primero con un tiro de Ibagaza (minuto 36) y después con otro de Jonás que acabó arañando el palo. Todo parecía encauzado y cuando el público empezaba a levantarse de sus localidades para aprovechar el tiempo de descanso, llegó el estímulo que necesitaba el Mallorca para levantarse. Miguel, que había entrado a los cuatro minutos para suplir a Alexis, rebañó la banda derecha y lanzó un globo que Lux se comió con la mirada y que Morientes, sólo como estatua, remachó comodamente en el segundo palo. Doble mazazo. En el marcador y en la autoestima.

En la segunda mitad, el Mallorca salió catapultado y rodeó rápidamente a Hildebrand. Jonás y el Caño se multiplicaban y Güiza se fabricaba acciones de ensueño. Se olía el empate. Aunque también se retrasaba y eso, cuando el que está enfrente es un equipo gigante, te obliga a pasar por caja. La defensa del Mallorca se durmió en el peor momento, Silva sacó la chistera y Morientes accionó la silla eléctrica. A partir de ahí, todo fue inútil. El Valencia siguió sesteando y los locales lanzado disparos al aire. La épica se quedó en el vestuario.