Iker Casillas observa cómo el balón entra en su portería tras un gran disparo de Varela. Foto: FÉLIX ORDÓÑEZ

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No pudo ser, pero casi. El Mallorca cayó en el Bernabeú, aunque lo hizo de pie, dejando muestras de equipo grande. El conjunto balear tuvo muchos minutos contra las cuerdas al Madrid y respondió con ira y descaro a cada uno de sus ataques, todo ello en un partido grandioso. Los baleares pecaron de ambiciosos en el momento menos oportuno, pero tampoco se puede olvidar que el colegiado le birló un claro penalti y que uno de los tantos merengues llegó en una situación muy confusa (4-3).

Jugar contra el Madrid acarrea muchas particularidades y una de ellas, quizá la más importante, es que cualquier guión previo no sirve de nada, todo se improvisa. Y Manzano debió tenerlo en cuenta, porque planteó el encuentro con mucha naturalidad. El Mallorca salió al campo más tapado que de costumbre, aunque no renunció nunca al buen trato del balón ni al ataque. Así, a los dos minutos ya le había metido el miedo en el cuerpo al Madrid con un testarazo de Pereyra que salió junto a uno de los palos. Eso le dio un empujón tremendo, ya que sólo tres minutos más tarde volvió a pisar el área de Casillas y estuvo a punto de liarla de nuevo. No lo hizo porque Fernández Borbalán se comió unas manos clarísimas de Heinze que sí contempló asombrado todo el Bernabéu. Pero como el margen de acción ante un gigante suele ser muy limitado, los bermellones despertaron pronto. Robinho sacó la chistera, trianguló con Marcelo y tuvo tiempo de volver a incrustarse entre los centrales visitantes para ejecutar un testarazo tan blando como efectivo. La primera en la frente (minuto 11).

Con el gol iluminando el marcador del viejo Chamartín parecía que la cita iba a diluirse, pero el Mallorca se multiplica en el coliseo blanco y en menos de cien segundos ya había reseteado el partido. Ibagaza, que empezó escorado a la izquierda y que después fue alternando su posición con Arango, cogió el mando de las operaciones y asistió desde la distancia a Varela gracias a la colaboración de Marcelo. El de Dos Hermanas recortó a Casillas sobre la marcha y empató con un remate forzado (minuto 13).

El empate, lejos de intimidar a los locales, los irritó y provocó que el choque entrara en una fase de éxtasis. El Madrid se acercó peligrosamente a Lux y se benefició de una extraña carambola (con un más que posible fuera de juego incluido) que fue a morir a las botas de Robinho. El brasileño ejecutó plácidamente (minuto 16).

La nueva desventaja presentó otro intercambio de golpes. Nunes estampó una bola contra el larguero tras un perfecto saque de esquina del Caño y el Madrid entendió que debía rebajar las revoluciones del pulso. Lo consiguió, pero no fue en detrimento del espectáculo, porque uno y otro conservaron el buen gusto. Y cuando decayó la intensidad apareció Varela. El sevillano parecía tener guardada su mejor versión para esta jornada y se rebeló con un bombazo desde treinta metros que Casillas se limitó a disfrutar con detenimiento. Golazo (m. 36)
El segundo tiempo mantuvo los mismos trazos. Schuster tuvo que modificar su defensa por las molestias de Cannavaro y Manzano lanzó un órdago al retirar a Pereyra para darle a Borja Valero la oportunidad de jugar en su casa. Entre cambio y cambio, las fuerzas seguían repartidas. Sneijder dio el susto, pero cada contra del Mallorca se traducía en murmullos. En realidad, el cuadro rojillo estaba cocinado el triunfo y Güiza se colocó delante de los fogones. Un tímido acercamiento, un fallo de Diarra y un flechazo increíble del jerezano reventaron el enfrentamiento. El gol, probablemente el menos esperado, le provocó una indigestión mayúscula al Madrid, que abrió todas sus puertas en busca de la remontada. Los baleares querían más y no retocaron en nada su generosa propuesta, un detalle admirable pero quizá equivocado. Robinho insistió, encontró un chollo en Héctor y le regaló un gol cantado a Raúl que volvió a encender el Bernabéu (minuto 62). Tanto, que sólo diez minutos más tarde se asoció la pareja más letal de Europa para darle carpetazo al partido. La fiesta siguió, pero sólo se divirtieron los anfitriones.