Philipsen, celebrando su victoria en Pau. | GUILLAUME HORCAJUELO

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Pau resuena a Tour, a Pirineos. La ciudad frontera que, en ocasiones, fue meta -imposible olvidar aquel mano a mano entre Hinault y Delgado, con triunfo del español en 1986- y en otras, como hoy, es el lugar de partida del ciclo de etapas pirenaicas, cita y símbolo memorable de la Grande Boucle. Llega la clásica cordillera después de una semana de desgaste considerable para el pelotón. Hemos visto a Pogacar vaciarse, consumido de hambre; y a Roglic, obligado a tener que abandonar, después de la enésima caída en su trayectoria ciclista.

Emerge de esta segunda ronda un Vingegaard que asusta, Sus registros son los mejores de su carrera. Si el actual campeón vino al Tour, lo hizo porque puede ganarlo. En este ciclismo no se deja nada al azar. Todo está medido, salvo la pasión espontánea que le quieran poner estos campeones. Pogacar se sabe amenazado, Sabe que el danés está preparado para el asalto. Al esloveno se le puede hacer demasiada larga la carrera y las grandes vueltas se ganan en la tercera semana. El minuto que les separa es poca cosa frente a la tormenta de puertos que se avecina.

Es probable que la clave de este Tour se dirima gracias al acierto en las estrategias de sus equipos y en detalles imperceptibles para el público. Un punto a favor de Pogacar si nos ceñimos a las dudas que genera el Visma Team de esta edición. A Vingegaard puede faltarle un Sepp Kuss. O quizás, Jorgenson cumpla. En las horas previas a los momentos más esperados del año, llegado los días de verano y sobremesa, la gloria se logra o se pierde en pocos segundos. Las campanas tocan a Tour de Francia, los tambores redoblan toques de combate, las cigarras ya hace días que cantan y las masas enfervorizadas aguardan en las cumbres de leyenda para estrechar el paso a los colosos. La gloria se acerca.