Cuando te planteas visitar este país, te asalta una duda: ¿El bullicio del este con sus ciudades señoriales y construcciones emblemáticas? ¿O tal vez la serenidad del oeste con sus increíbles paisajes naturales y coquetos pueblos de montaña? Hace unos años tuve la oportunidad de planteármelo y, ante la duda, siempre aconsejo un combinado. Es imposible equiparar ambas partes del país, puesto que su belleza radica en aspectos muy diferentes. Cierto es que se trata de un viaje caro en comparación con otros destinos, se encarece especialmente por las distancias, por eso, una vez allí, nos compesará aprovechar un trayecto tan largo que, quizás, no podamos volver a repetir.
Existen paquetes turísticos con guías locales de habla hispana que ofertan este destino; para aprovechar al máximo nuestra estancia en el este y conocer las principales ciudades así como su historia podemos optar por uno de ellos, todo está organizado y el tiempo cunde más que si uno va por libre, además se incluyen las entradas a los principales edificios y evitarás muchas colas. Sin embargo, el oeste de Canadá se presta al relax, la calma, el sosiego... y esto no lo conseguiremos si vamos atados a un itinerario y unos horarios que cumplir; una opción ideal es aventurarnos con una autocaravana que nos permita pararnos donde queramos y disfrutar de aquellos rincones que más nos gusten dedicando el tiempo que precisemos a cada uno de ellos.
Muchos lagos invitan a recorrer sus senderos por la orilla, a subirnos en kayac o piragua y surcar sus plácidas aguas o, simplemente, a deleitarse con el paisaje tumbados sobre una manta y saboreando un divertido picnic. Sus infinitos lagos, parques naturales, montañas, nacimientos de agua... todos son de gran belleza, vale la pena centrarnos en alguno de ellos y dejarnos asombrar por lo que esconden más allá de la ‘parada técnica para la foto oficial’ que obtendremos en un paquete contratado con guía. Pero comencemos ya a descubrir los misterios de este gran país, quizás algo desconocido todavía.
Montreal es una de las ciudades más grandes de habla francesa del mundo; debe su nombre al Montre Real, visita indispensable. Un lugar variopinto gracias a la diversidad de sus gentes y su oferta de ocio; la vida nocturna también es intensa. Llama especialmente la atención la Underground City (ciudad subterránea), un laberinto de 30km de galerías, refrigeradas en verano y con calefacción en invierno, ideal para las compras; en invierno acogen un intenso tráfico de gente puesto que las bajas temperaturas del exterior invitan a guarecerse en ellas, desde donde se puede acceder práctimente a cualquier punto de la ciudad.
Sin duda alguna, Québec, o la Ciudad Vieja, es otro de los imprescindibles en nuestra ruta. Esta ciudad francesa ha sido declarada Patrimonio Mundial por la Unesco y celebró su 400º aniversario en 2008. El encanto se adueña de sus barrios con callejuelas llenas de magia; la Ciudad Vieja Alta acoge Le Château Frontenac, seguramente el hotel más fotografiado del mundo y donde es imprescindible hacer una parada para degustar alguno de sus platos típicos; en la Ciudad Vieja Baja, ubicada a los pies de un escarpado acantilado, nos perderemos entre artistas callejeros y tabernas del lugar; encontraremos su límete en la orilla norte del majestuoso río San Lorenzo.
El Parc du Mont-Tremblant bien merece la pena una parada si queremos disfrutar de la naturaleza y desconectar del bullicio de las ciudades. Abarca más de 1.500 km2 de lagos, ríos, montañas y bosques de Les Laurentides (con una vegetación poco común como el arce plateado y el roble rojo) así como rutas de senderismo, ciclismo y de piragüismo.
No conoceremos el país si no visitamos Ottawa, la capital de Canadá. La multitud de oferta de museos modernos la hace más atractiva si cabe: el vanguardista Museum of Civilization y el Museum of Nature son algunas de las apuestas. La diversidad gastronómica es otro de sus atractivos.
De camino a Niágara, podemos hacer una parada por la región de las Mil Islas para disfrutar de un peculiar paseo en barco por una de las zonas más bellas del río San Lorenzo. La tranquilidad inunda este lugar en el que emergen de sus aguas, de mayo a octubre, 1.800 islas que acogen peculiares casas.
Sin embargo, si por algo es conocido Canadá, es por sus espectaculares cataratas del Niágara. La majestusidad de esta cascada se hace visible cuando llegas al lugar; zambullirte en sus adentros es una experiencia que no se olvida. El barco Maid of Mist te lleva hasta el corazón de la catarata, una vez allí, basta dejarse llevar y envolverse en su atronador sonido para disfrutar del momento. La Torre Skylon, de 158 metros, dispone de un restaurante giratorio con unas vistas maravillosas. Un buen punto para dar por finalizada la experiencia en el este de Canadá es Toronto. Es imprescindible visitar la Torre CN (Canadian National Tower), de 533 metros, las vistas son espectaculares y, al igual que en la Torre Skylon, tenemos la opción de disfrutar de un restaurante giratorio.
El oeste del país, con las Rocosas Canadienses alzándose como protagonistas, ofrece un sinfín de posibilidades, es difícil escoger un lugar o un parque, no obstante, el Parque Nacional Banff podría ser una de las opciones, está ubicado en un enclave de ensueño, rodeado de las montañas Rocosas. Se trata del primer parque de Canadá, convirtiéndose en un modelo de protección de la naturaleza; después se unió Jasper al sistema de parques y, dentro de la zona protegida, nacieron las pequeñas localidades de Banff y Jasper, donde parece que el progreso haya quedado congelado y la idea de ecoturismo existe desde 1880.
El Lago Louise podría considerarse uno de los lugares más famosas del Parque Banff, de hecho suele acoger el nombre de ‘la joya de las Rocosas’; sus aguas celestes están rodeadas de un anfiteatro montañoso cuya grandeza deja sin palabras. Al fondo, tendremos una vista espectacular del glaciar Victoria. Merece la pena alquilar una piragua y remar por sus aguas. Las maravillas de este lago a veces quedan mermadas por la cantidad de turistas que recibe, por su parte, el lago Moraine puede presumir de la misma belleza incrementada por un mejor flujo de visitantes, por lo que disfrutaremos más tranquilamente del lugar.
De camino a Jasper, podremos disfrutar de unas vistas inmejorables, pues nos acompañarán durante el trayecto circos y glaciares de montaña, el glaciar Pata de Cuervo y los lagos Bow y Peyto merecen alguna parada. Pero sin duda, el principal reclamo de nuestra ruta es el Glaciar Athabasca, una lengua del Columbia Icefield (helero Columbia), que abraza unos 30 glaciares y alcanza hasta 350 metros de espesor; es el mayor helero de las Rocosas cubriendo 325 km2 sobre la meseta entre el monte Columbia y el Athabasca. Como decíamos al principio de este artículo, simplemente descomunal. La última parada antes de llegar a Jasper debería ser en el lago-glaciar Maligne, declarado Patrimonio de la Humanidad, un paseo en barca nos llevará a Spirit Island, cuya foto del paisaje es la más reproducida del país. La magia que irradia es indescriptible.
Un excelente punto y final para nuestro viaje Transcanadiense es Vancouver, la ciudad más grande del oeste de Canadá caracterizada por el contraste entre las montañas, el mar y su moderna arquitectura. Se trata de una ciudad joven y cosmopolita con rascacielos de cristal que irradian luminosidad por doquier. Su gente es muy tolerante y su diversidad se deja ver en sus calles y barrios, merece la pena perderse por ellos para conocer los entresijos que esconde. Una parada imprescindible es el Stanley Park, originalmente usado como reserva militar y abierto al público como zona recreativa en 1891; es ideal para pasear o ir en bici, pero también dispone de un autobús gratuito que recorre el parque. Combina excelentes puntos de interés, como al Aquarium, con una amplia zona natural.