A lo largo de los siglos, los retratos han querido inmortalizar el nombre, vida y rostro de aquellos a los que plasman, un pacto entre el arte y la memoria en el que, por un lado, los creadores han tratado de captar no solo la apariencia física sino también la personalidad del retratado, y este a su vez ha intentado controlar su propia imagen y, por ende, la forma en la que trascenderá después de la muerte.
Sobre estas cuestiones reflexiona la exposición 'Ánima. Pintar el rostro y el alma' que inaugura este jueves el Museo de Bellas Artes de València, una selección de 80 obras pictóricas y esculturas de la Edad Moderna comisariada por el director de la pinacoteca, Pablo González Tornel, que ha presentado a los medios la muestra en una rueda de prensa.
La exposición, que puede verse hasta el 5 de febrero, ocupa las dos salas de exposiciones temporales y está dividida en seis secciones, que tienen como hilo conductor, según explica González Tornel, el género del retrato «como acto de la voluntad humana de intentar ser recordado más allá de la muerte», «un acuerdo entre retratista y retratado para fijar la imagen tanto física como emocional e intelectual, para hacer que la posteridad pueda recordarnos». «Casi todos creemos que tendremos una segunda vida a través de las imágenes», ha asegurado.
Entre los artistas presentes en la exposición figuran nombres tan señalados del arte valenciano e internacional como Joan de Joanes, Roland de Mois, Francisco y Juan Ribalta, Jacob Jordaens, Pedro Orrente, José de Ribera, Jerónimo Jacinto de Espinosa, Bartolomé Esteban Murillo, José Vergara, Vicente López, Mariano Benlliure,
Ignacio Pinazo, Joaquín Sorolla, o Manuela Ballester, entre otros.
El recorrido que propone en museo arranca con 'Cuerpo y alma', una sección que ahonda en cómo el pintor entrenó su pincel para reflejar los estados del alma. En esta parte destacan tres de los retratos más llamativos de la muestra: el de Francisco Franco puntado por José Segrelles, el de Alfonso XVIII obra de Pedro Ferrer Calatayud y el del capitán general Ramón María de Narváez, a manos de Vicente López Portaña. Los tres se presentan vestidos de militar en poses similares. «Cada espectador atribuirá un contenido muy diferente a una imagen muy similar», ha señalado el comisario.
Pablo González Tornel admite saber que «colgar el retrato de un dictador siempre es controvertido», pero quiere «invitar a pensar en la importancia que tiene el espectador a la hora de configurar un retrato» y darle un contenido distinto al de su intención original. «Las obras siempre tienen, como mínimo, dos tiempos: el estático cuando se crean y el dinámico en el que se percibe», ha destacado.
Linajes y alianzas
En 'Pasado y futuro', la exposición aborda uno de los mecanismos que utilizaron los retratados para intentar asegurar la supervivencia más allá de la muerte", que es presentarse como parte de un linaje sanguíneo. En esta parte centrada en las estirpes pueden observarse los recién recuperados retratos de la familia Vich pintados por Antonio Stella, que fueron dañados en la histórica riada de 1957. También se puede ver a la reina Isabel II de niña, que dejaría el trono sin heredero masculino, o a Carlos II a caballo.
Otra parte de la exposición plantea las alianzas que se forman más allá de la sangre. 'Comunidad e individuo' reúne retratos de dominicos y, sobre todo, hombres ilustres. Para el director, destaca por «su calidad excepcional» el retrato de Gaspar Aguilar realizado por Juan Ribalta, «una de las mejores pinturas de este museo».
Además, en este espacio también llaman la atención los autorretratos de artistas, como los de José y Mariano Benlliure. «Son un acto de afirmación por parte del artista», que piensan «'no solo sirvo para guardar la memoria de los demás, también merezco que la mía se guarde'. Es un paso más en la autoconciencia del artista», ha comentado el responsable del museo.
Las mujeres, como procreadoras
En cuarto lugar, el Museu dedica un espacio a las mujeres y su forma de perdurar en el recuerdo. El comisario ha detallado que esta parte pretende reflexionar sobre las posibilidades que han tenido para trascender en su tiempo, ya que en la mayoría de casos se limitan a integrarse en un linaje y ser recordadas «meramente por su carácter procreador y de garantes de la estirpe». Es el caso de los retratos de Úrsula Germana de Foix, Ana Vich o Hipólita María Sforza.
En este punto destaca un árbol genealógico de los condes de Cervelló, que según precisa el comisario de la muestra es «una oración pictórica para reclamar un hijo varón». También, retratada por Francsco Pons Arnau, aparece el día de su boda María Sorolla, la hija mayor de Joaquín Sorolla, que también fue pintora pero se retrata como una novia.
Sin embargo, hay dos excepciones a esta forma de percibir las mujeres. Una es Santa Teresa de Jesús, a la que José de Ribera plasma como escritora y literata, mientras José Vergara y Antonio Villanueva la retratan como una doctora más de la Iglesia, entre el resto de hombres. También la cantante de Zarzuela Isabel Bru, quien «decidió no casarse, ejercer de cantante, mantener ella misma a su familia» y controlar su imagen contratando al pintor más notorio del momento, Joaquín Sorolla, para que la capturase como hacía con todos los hombres importantes.
'muerte y olvido'
La exposición de vuelve más «negra» en 'Muerte y olvido', que recoge tanto alegorías fúnebres como retratos de personas cuya identidad se desconoce en la actualidad, cuando la intención final del retrato encargado resulta en «sonoro fracaso». «Es el muro de los don y doña nadie, todos miran al espectador y nos piden que les recordemos pero no somos capaces de saber quiénes son», ha resaltado González Tornel, que concluye que «lo que haces en vida, al final, es lo que garantiza nuestra memoria».
Esa exposición cierra con esa idea, en la sección 'Fama y memoria', con personajes cuyo recuerdo heroico derrotó el olvido. Son los retratos de Pedro Orrente de David, Carlomagno, Godofredo de Bouillón y Josué.
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