Bajo el título «Joan Miró. La realidad absoluta. París, 1920-1945», la muestra, comisariada por Enrique Juncosa, recorre estos 25 años de carrera donde el artista catalán evoluciona del realismo mágico de sus inicios hasta el lenguaje de signos constelados.
Fue en este periodo cuando se hizo evidente el interés por parte de Miró hacia el arte prehistórico, incluidas las pinturas rupestres, los petroglifos y las estatuillas.
Aquella fascinación, quedó reflejada por el propio artista en sus cuadernos de notas, donde confesó su voluntad de «regresar a los albores del arte y recuperar su sentido espiritual originario».
El comienzo de este periodo fundamental en la obra de Miró lo marca la fecha de su primer viaje a París, una ciudad clave en su obra y su biografía, y lo cierra el año en el que, después de haber realizado sus Constelaciones (1940-1941) y tras unos años en los que apenas pinta, Miró crea una gran serie de obras sobre fondo blanco que consolidan su lenguaje de signos flotantes sobre fondos ambiguos.
Admirado por sus innovaciones formales desarrolladas en el contexto de las primeras vanguardias, sobre todo el Dadaísmo y el Surrealismo, Miró es también considerado un precursor del Expresionismo Abstracto y del arte conceptual y un artista interesado también en cuestiones espirituales y fascinado por las visiones y los sueños.
Además, los estudios en torno a su trayectoria artística, han resaltado también los aspectos políticos de su trabajo, subrayando «su firme oposición a la dictadura franquista y su simpatía por el nacionalismo catalán de la época» tal y como han explicado en una nota informativa desde el museo bilbaíno.
Precursor del arte conceptual
La exposición se detiene en algunas de sus ideas, como las que se refieren al «asesinato de la pintura», proclamadas en un momento, a finales de los años veinte, periodo abordado en la muestra, en el que Miró, pese a esa afirmación, no dejó de pintar y donde evidenció una actitud precursora del arte conceptual.
Desde el Guggenheim Bilbao han remarcado que «cuarenta años después de su muerte, su obra interesa y fascina, sin haber perdido un ápice de su condición enigmática».
La exposición arranca en la década de los años 20, época en la que Miró pintó las obras denominadas detallistas, que se caracterizan por la gran delicadeza y concentración manifiestas en su ejecución. En ellas, las hojas de los árboles y de las plantas parecen caligrafías exactas y diminutas que remiten a prácticas artísticas orientales.
El mundo rural, en estas obras tempranas, devino un mundo arcádico donde, más que representar la realidad con exactitud, el catalán pintó las emociones que le provocan los paisajes y donde, «la voluntad de objetividad se transforma en una mirada visionaria» han explicado en su nota desde el museo.
El recorrido repasa su estancia en París, donde se afincó en 1921. En estos cuadros de mediados de los años veinte, conocidos como las pinturas oníricas, se destruye cualquier estructura narrativa lógica, y los pocos elementos que aparecen esparcidos por sus superficies parecen responder a la improvisación, aunque sus bocetos prueban lo contrario.
Periodo entre guerras
Ya en los años treinta, la exposición se adentra en el expresionismo que se convirtió en esos años en una característica dominante de la obra de Miró, y cuadros donde plasma figuras monstruosas en espacios
ambiguos e inquietantes, que probablemente reflejaron su ansiedad y preocupación por la situación política que condujo a la Guerra Española y a la II Guerra mundial.
Precisamente, cuando estaba la segunda gran contienda bélica mundial, Miró, que estaba exiliado en la capital francesa, se traslada a vivir a una pequeña localidad rural en Normandía, donde recibió el encargo de pintar un mural.
Es en este periodo donde surgen sus célebres «Constelaciones». Las 23 obras realizadas en esta serie fueron realizadas entre enero de 1940 y septiembre de 1941, y el artista las concluyó ya en Mallorca, donde Miró y su familia se instalaron huyendo de la Guerra en Francia.
Cuando fueron mostradas en Nueva York, en la galería de Pierre Matisse en 1945, son las primeras obras hechas durante la guerra que se exhiben en Estados Unidos, y causarían un gran impacto en la escena artística neoyorkina.
Estas pinturas, tal y como han remarcado desde el Guggenheim Bilbao, fueron «la culminación del potencial del lenguaje de signos creado por Miró, con un énfasis en la imaginación y la intuición, y la voluntad de hallar una forma de expresión primordial y universal».
Después de la serie Constelaciones, Miró estuvo un tiempo sin pintar, encerrado en Mallorca con su familia. La cosa cambió en 1945, cuando realiza una gran serie de pinturas de gran formato, otra vez sobre fondo blanco, en la que desarrolla de nuevo su lenguaje de signos y periodo que también tiene presencia en la exposición.
«Mujer y pájaros en la noche», «Personaje y pájaros en la noche» o «Mujer en la noche» son títulos de esta serie, y algunos de ellos, incluso, se repiten.
Casi todas las obras realizadas en esos años, tienen la palabra 'noche' en su título, aunque sus fondos son blancos y luminosos. A partir de 1944, Miró se interesará, además, por la cerámica, trabajando en colaboración con Llorens i Artigas.
Obra didáctica
El proyecto Didaktika que complementa la exposición se centra en presentar la figura del artista a partir de la proyección de extractos de los tres episodios del programa Trazos de TVE, dirigidos por Paloma
Chamorro y con Joan Miró como invitado principal.
Además, se incluyen varias reproducciones de imágenes del artista en vinilos en pared que completan la experiencia, junto con una biografía y con una vitrina donde se muestran varias fotografías originales de
Miró obtenidas por Man Ray.
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