Javier Sáenz Guerra, ayer en Pollença, cuando hablaba de su padre.

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Creció viendo a su padre dibujar planos y, como tres de sus siete hermanos, siguió los pasos profesionales de su progenitor. Javier Sáenz Guerra recordaba desde Pollença, donde pasó los veranos de su infancia y adolescencia, a Francisco Javier Sáenz de Oiza, maestro de arquitectos, fallecido hace un año. El motivo, el homenaje que allí comenzó ayer, una serie de conferencias y una exposición sobre el arquitecto navarro.

"¿Por qué cree que su padre merece este tipo de homenajes?
"Por su defensa del papel de la arquitectura en la ordenación de la manera de vivir el hombre sobre la tierra.

"¿Y qué me dice de su personalidad, un tanto especial?
"A la gente no se le dan homenajes por su personalidad, pero es verdad que era un hombre complejo por lo sustancioso, con un conocimiento renacentista desde todos los campos.

"¿Qué tenía que todos los arquitectos le admiran, especialmente quienes fueron sus alumnos?
"Contagiaba la pasión que sentía por la arquitectura. Tuvo muy buenos profesores y de ellos heredó la vocación de transmitir, polarizaba a su alrededor.

"¿Su trabajo fue bien comprendido fuera de la profesión?
"Fuera fue peor entendido porque estaba en la punta de una investigación, en el filo de la navaja, una zona de riesgo; y cuando estás ahí, a veces, te equivocas. En arquitectura esta punta es muy evidente y, en ocasiones, supone un salto grande que se rechaza por un criterio conservador.

"Él conocía bien la Isla. ¿Qué pensaba de la Mallorca de los últimos años?
"Que había experimentado un crecimiento rápido sin experiencia previa. El litoral había sido un sitio improductivo, duro, sin culto al sol, las construcciones eran más defensivas y menos de ocio. En los años cincuenta todo cambia, la ciudad crece deprisa, sin experiencia, ligada a beneficios económicos. Él no tenía miedo al futuro, su visión era optimista.

"¿No le entristecía tanto cemento?
"Su visión no era negativa porque creía en lo pendular, en que se pasa de la máxima protección a la destrucción y en la vuelta del péndulo. Lo aceptaba como un hecho.

"¿Le apenaba que no se hubiera construido su proyecto para la Plaça de Sant Francesc de Palma?
"Aquí había varios factores. El tratamiento del suelo, que es muy importante en arquitectura, cómo el hombre llega a una iglesia y el tema de la plaza. No se entendió por ser avanzado, un pavimento con una lámpara que no se entiende y se rechaza porque se espera una lámpara del siglo XVII y bancos para sentarse. Es una actitud prudente y miedosa, si no lo entiendes, no dejas hacer, por si acaso. Le pasó alguna otra vez, pero cuando algo no prospera no supone un inconveniente porque manejas investigación en varios frentes. Soy optimista, creo que la plaza se acabará haciendo.

"¿Se entristecía si no le comprendían?
"Un poco, pero se decía: ¡Peor para ellos!

"Era un polemista.
"La discusión dialéctica era una de sus preferencias y, en principio, se situaba en la oposición en el sentido polemista. Jugando con la palabra siempre surgían ocurrencias que le servían. Utilizaba al contrario de sparring.

"Dejemos al arquitecto y hablemos de la persona.
"Le gustaba mucho la lectura. Por las noches leía cuatro o cinco horas. Y navegar a vela. Tenía un barquito muy pequeño, que se podrá ver en la exposición de Pollença. También tenía mucha habilidad con las manos.

"¿Fue un hombre del Norte enganchado por el Sur?
"Se había convertido en mediterráneo. Le gustaban la luz, el color, el silencio, la naturaleza.

"¿Era un tímido que en Pollença no hacía mucha vida social?
"Sí, lo era. Vivía más recluido en sí mismo, en su refugio, divagando, que saliendo a cenar.

"Y bastante sabio.
"De alguna manera sí, le gustaba saber, era muy inquieto.