La portada del disco de Neo-Tokyo, uno de los dibujos que más gusta a Max

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Cuando, hace treinta años, Francesc Capdevila decidió dedicarse a un oficio como el de dibujante, nunca se hubiera imaginado que acabaría viviendo del mundo del dibujo. «Lo deseaba, pero no creía que lo lograría». Ahora, 30 años después, un libro desvela parte de ese camino desconocido, el de la ilustración. En «Espiasueños. 1973-2003», editado por La Cúpula, Francesc Capdevila, más conocido como Max, descubre que, lo suyo, no sólo ha sido el cómic.

La obra que puede verse en «Espiasueños» procede de encargos aunque también se incluyen dibujos realizados por libre. En todos, aparece el universo mágico de Max, los símbolos que «se repiten» y que, a su vez, «van cambiando con el paso de los años». Los murciélagos, las calaveras, los mitos griegos o los caracoles se suceden a lo largo de las páginas. «Son animales que he utilizado simbólicamente para transmitir alguna cosa». Se trata de «un hecho inconsciente» que sólo se descubre «cuando se regresa, tiempo después, al dibujo». Un ejemplo. Los murciélagos son «una metáfora del artista», una persona que «ve en la oscuridad y que puede observar aquello que otros no». A pesar de esto, Max sigue yendo con cuidado con el ordenador. «Utilizo el ordenador, pero nunca hay que depender del todo de él, no hay que ponerse sólo en sus manos». Sí se ha permitido el observar cómo se cruzan el mundo del cómic y el de la ilustración, «es imposible que no suceda», y ver de dónde nacen sus ilustraciones. «Un dibujo surge cuando alguien espía los sueños de otra persona y los ilustra». El resultado, treinta años dedicados a espiar al lector, treinta años de sueños desconocidos que se han aglutinado en un libro que resume una vida dedicada a dibujar.

«Cuando estaba empezando, no sabía muy bien hacia dónde acabaría dirigiendo mis pasos», aseguró Max. Iba probando cosas, elementos, circunstancias, para «ir aprendiendo». De esos inicios, «un tanto flojos vistos desde el presente», quedan unas ilustraciones también «incipientes». «Era una etapa en la que intentaba encontrar mi estilo, un hecho totalmente necesario».

La idea de «Espiasueños» surgió de la propia editorial. En 2000, Max protagonizó una exposición antológica en el Saló del Còmic de Barcelona donde se mezclaba su vertiente como dibujante de cómics y como ilustrador. «Muchos lectores descubrieron que también trabajaba en el ámbito de la ilustración, algo hasta entonces casi desconocido». Y, entre ellos, el editor. «Vio mi trabajo y le gustó». El siguiente paso fue la propuesta, «publicar un libro sobre esta otra vertiente», que dio paso a una realidad, «Espiasueños». «Me apetecía probar».

Las ilustraciones están ordenadas cronológicamente y, también, temáticamente. «Las dos ideas suelen coincidir». Sin embargo, hay algún que otro salto en el tiempo para «dar un poco más de unidad al libro» como, por ejemplo, cuando trata el trabajo que ha realizado para los más pequeños. «Es como un paréntesis».

Ver en un mismo libro treinta años de trabajo provoca en Max «cierta satisfacción». «Me ofrece una visión de conjunto, es como mirarme en un espejo». Una visión de la que se siente «satisfecho», sobre todo por «la evolución vivida». «En mis ilustraciones se nota que, detrás, siempre está la misma mano, a pesar de que los estilos vayan cambiando». Sin embargo, en el fondo, también queda «la insatisfacción». «Todavía no he hecho mi obra maestra, es mi actual ambición y lo que me mueve a continuar».

En «Espiasueños», Max ha incluido ilustraciones de las que no se siente especialmente orgulloso para, así, ofrecer un aspecto «pedagógico». «No quiero esconder mis errores, quiero enseñar al espectador cómo nace un estilo». De todas, hay una de la que se siente más orgulloso: la portada del disco de Neo-Tokyo porque le permitió «abrir una nueva línea creativa para el futuro». «He logrado un estilo menos clásico de lo habitual, más suelto, más influenciado por el ordenador».