La artista Concha Jerez, este miércoles en el Casal Solleric. | Pere Bota

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Concha Jerez no necesita presentación dentro del mundo del arte. Lleva cinco décadas creando y aunando todos los recursos disponibles en su obra: en sus piezas las performances, instalaciones y dibujos forman un todo coherente y compacto. Su trabajo está jalonado de títulos tan poéticos como Jardín de ausentes o Paisajes de poetas. Esta dilatada trayectoria le hizo merecedora de los dos galardones más importantes de las artes plásticas; el Velázquez y el Nacional, que concede el Ministerio de Cultura. Este miércoles charló con el comisario Fernando Castro Flores, en Es Baluard, donde repasaron la trayectoria de Jerez a la vez que avanzaron algunas cuestiones de Interacciones, la exposición que, el próximo septiembre, se inaugurará en el Casal Solleric de Palma.

¿Cómo plantean la muestra que veremos en el Casal Solleric?
Interacciones es la muestra que presentaremos, comisariada por Castro Flores. Son partes o fragmentos de una retrospectiva en la que se abordan algunos temas que han sido objeto de mi trabajo. Comencé de una forma más recopiladora, en el 2014, con una exposición en el MUSAC, y en el 2017 lo amplié y me centré en las interferencias. Es decir; agrupaba las obras que había realizado en torno a ese tema. Estas acciones se podrán ver en la exposición. Vamos a centrarnos en instalaciones y piezas, e intervendremos espacios como las escaleras, tal y como lo que hice en el Museo Reina Sofía, concretamente en el edificio Sabatini. En el Solleric también usaré la Sala Vermella, que es un espacio del casal que permanece igual que cuando estaba habitado. A mí me interesa hacer obras específicas, que me den la oportunidad de relacionarme con el espacio donde se instala la obra. Trabajar a partir de espacios concretos y relacionarme con esa narrativa.

En su trabajo aborda de forma persistente la memoria, ¿no?
La memoria es esencial y es uno de los puntos importantes de mi trabajo. En el Solleric no estará presente, pero en el Reina Sofía lo planteé por un motivo de índole más personal; mis abuelos vivían delante del centro, que por aquel entonces era un hospital. Por eso me centré en la memoria, al igual que en Sevilla, donde investigué la época franquista y las múltiples fosas comunes que quedan.

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¿Qué le parece que socialmente se esté cuestionando justamente eso; la necesidad de memoria?
Lamentablemente, España está dividida. Existe un problema grave; tenemos una historia y si no queremos que esa historia se repita, debemos conocerla a fondo. La transición no terminó con el franquismo. Hay estructuras y gente con mucho poder, que vienen de ahí. Como digo, en Sevilla trabajé sobre la cantidad de fosas comunes que existen solo en esa provincia, y es apabullante. Tenemos que convivir, pero debe quedar claro que convivir no es tapar. Debemos usar la memoria para entender lo que pasó y que no se repita.

Otro de los temas que aborda en su obra es la autocensura.
Los escritos autocensurados son una parte muy importante en mi trabajo. Algunas de estas piezas sí se podrán ver en la muestra del Casal. La idea de la que parto es de aquello que no puedes decir. Yo comencé con ese tema en los 70, cuando la autocensura se relacionaba con el franquismo y con la política, pero después de la muerte del dictador me di cuenta que nos censuramos igual, de forma incluso más cotidiana. No se trata de una gran censura, es un ejercicio personal.

Valcárcel, Ferrer, Hidalgo, usted…hace unos años que contemplamos la consolidación y la entrada en el canon de autores que antes pasaban más desapercibido, ¿no es así?
Nunca me planteé si lo que hacíamos era raro o no. Un día decidí que no quería vender mi obra en galerías para tener más libertad y no depender de esas ventas. A veces, eso ocurre, que te concedan un reconocimiento, pero tampoco te cambia tanto. Está muy bien que te den un premio, pero lo importante es el trabajo. La obra, a pesar del premio, es lo único que sigue ahí.