Barroso, actual primer ministro portugués, fue elegido por sus
homólogos para suceder al italiano Romano Prodi en la presidencia
de la CE a partir de noviembre, siempre que el Parlamento Europeo
refrende su designación el próximo 22 de julio.
El todavía jefe del Gobierno luso quiso presentar este hecho como
un haber -«Portugal puede tender puentes» entre fundadores y nuevos
Estados miembros, entre grandes y pequeños- sostuvo en una rueda de
prensa en la que se confesó «creyente en Europa desde siempre».
Por su parte, Solana vio renovado sus cargos de secretario
general del Consejo de la UE y Alto Representante de la Política
Exterior y de Seguridad Común (PESC), y obtuvo además el compromiso
expreso de que será el ministro de Exteriores de la Unión cuando
esta figura entre en vigor.
Barroso, defensor en su país del rigor presupuestario y conocido
por sus dotes negociadoras y lingüísticas, será el primer
presidente del Ejecutivo comunitario no procedente de un país
fundador de la Unión.
Asimismo, se esforzó en rebatir el sambenito de que su elección
ha sido por eliminación, después de que los candidatos que más
sonaban en los últimos meses no obtuviesen el respaldo suficiente o
se autodescartasen. Barroso, que no ocultó su «satisfacción y
orgullo» por que su designación se produjese «por consenso» de los
25 líderes de la UE.
La designación de un presidente de un país periférico puede
llevar a los Estados centrales, a Alemania y Francia, a redoblar su
presión para obtener las carteras de mayor peso en el próximo
Ejecutivo comunitario. Alemania aspira a una vicepresidencia
económica de la CE y Francia, en conflicto casi permanente con
Bruselas por las ayudas públicas a su sector industrial, pretende
la poderosa cartera de la Competencia.
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