Nada más conocer la noticia, el presidente de la Autoridad
Palestina, Mahmud Abas, condenó el hecho y lo calificó de «acto
terrorista».
En total, 40 personas fueron hospitalizadas, dos de ellas en
estado grave, y la mayoría debido a la conmoción sufrida.
El atentado fue reivindicado por las Brigadas de los Mártires de
Al Aqsa, vinculadas a Fatah, y las Brigadas Al Qods de la Yihad
Islámica. El ataque, que podría ser la venganza por la muerte de
cinco palestinos el miércoles en Tulkarem, pone en la cuerda floja
las crecientes perspectivas de diálogo y paz en la región.
El atentado no fue una masacre gracias a que el kamikaze, que
llevaba una bolsa sospechosa, fue interceptado por el conductor del
autobús al que intentaba entrar y por dos guardias de seguridad,
huyó y cuando iba a ser atrapado activó su carga explosiva.
El ataque puso fin a la calma reinante en la región durante el
desalojo de las 21 colonias judías de la franja de Gaza y de cuatro
implantaciones aisladas del norte de Cisjordania, concluida el
martes.
El último atentado suicida palestino databa del 13 de julio,
cuando un kamikaze de la Yihad mató a cuatro israelíes en Netanya.
Tras las muertes de los cinco palestinos en Tulkarem, la Yihad, a
la que pertenecían al menos dos de los fallecidos, había prometido
una «dolorosa venganza».
Antes de iniciar su plan de retirada de las colonias de Gaza, el
primer ministro israelí Ariel Sharon recordó a los palestinos que
si había atentados en este periodo, la respuesta del ejército no
tendría «precedentes».
Por otra parte, el gobierno israelí aprobó el domingo un acuerdo
con El Cairo mediante el cual 750 guardias egipcios se repartirán a
lo largo del límite con la franja de Gaza, para impedir el
contrabando de armas y explosivos por parte de palestinos por
túneles construidos bajo estos 14 km de frontera.
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