La estatua de Catalina la Grande, tapiada con madera muy cerca de donde se encuentran la escalera famosa de la película El Acorazado Potemkin. | Gervasio Sánchez
Me he acercado tres veces a verla y le he rogado a los soldados que vigilan la barricada que me permitieran andar menos de 100 metros y cumplir uno de mis sueños de cuando estaba en la universidad. Incluso la tercera vez fui con una traductora que les explicó que a mi edad, 63 años, quizá no vuelva nunca más a Odesa. «Por favor, me acerco miro unos segundos, no hago fotos y regreso», les he rogado. La respuesta sigue siendo la misma: «No». Aunque no sé si es porque la escalera y su fama universal tienen que ver con un director de cine ruso, el más grande de su país, aunque nacido en Riga, actual Letonia, o por razones de seguridad en una ciudad que no ha sufrido víctimas mortales por bombardeos desde principios de julio.
Porque todo lo ruso parece apestar en Odesa, una ciudad visitada por millones de turistas rusos hasta principios de este año y donde se habla ruso en todas partes. Por ejemplo, hay un debate a favor de derribar la estatua de la emperatriz Catalina la Grande muy cerca de la escalera que me obsesiona, cuyo reinado se desarrolló en el siglo XVIII y que estaba en el poder cuando el almirante de la armada imperial rusa de origen español, José de Ribas y Boyons, fundó esta ciudad en 1794. Primero le pusieron a la estatua una bolsa de plástico negro en la cabeza y una soga en la mano como si fuera un verdugo y hoy está tapiada por un armazón de madera que la ha vuelto invisible ante todos los ciudadanos.
Pero volvamos a la escalera, la más famosa de la historia del cine donde se desarrolla la secuencia mítica de seis minutos y medio de El Acorazado Potemkin, una de las grandes películas de su director Serguéi Eisenstein. Una escalera de 142 metros y 192 escalones que miden en su parte baja 21,7 metros y en la parte alta 13.4 metros, «una forma de construcción en perspectiva forzada o trampantojo». El acorazado Potemkin es una película muda dramática dirigida por Eisenstein con apenas 27 años (Orson Welles creó otra cumbre del cine, Ciudadano Kane, con 24 años) sobre el motín en un acorazado zarista en 1905 cuando la tripulación se rebeló contra los oficiales de la armada por los malos tratos y ser obligados a comer alimentos en mal estado.
No sabría decir cuántas veces la he visto pero no menos de diez porque, además, la tuve que estudiar en Historia del Cine, asignatura que daba el historiador de cine y profesor Román Gubern, en la carrera de Ciencias de la Información en la Autónoma de Barcelona. Teníamos que comprender su técnica de montaje, cómo las imágenes según se monten son capaces de despertar diferentes emociones, que revolucionó el mundo del cine igual que lo había hecho otro clásico del cine mudo, David Wark Griffith, una década antes con la utilización de la escala de planos en El Nacimiento de una nación e Intolerancia.
Sin ambos, no lo olviden, posiblemente Alfred Hitchcock, entre 35 y 45 años después, no hubiera creado la antológica secuencia de la ducha en Psicosis en 1960, donde combinó la escala de planos con un gran montaje y una música hipnotizadora. Aunque la película está basada en un motín real, ocurrido en 1905 y muy influyente en la posterior revolución rusa de 1917, y existieron varias manifestaciones reprimidas contra los manifestantes en Odesa, la escena de la escalera es pura invención aunque su fuerza visual es tan escalofriante que ha conseguido que muchas personas se crean que ocurrió de verdad.
En la película los cosacos del zar disparan contra el pueblo desarmado y matan a sablazos a los heridos en una secuencia formada por 170 planos distintos (la película tiene 1.290 en total). Los planos de la madre con el cuerpo mal herido de su hijo en brazos que sube las escaleras y que les grita a los cosacos, de los que solo vemos sus sombras, «Escuchad, no disparéis» o «Mi hijo está muy mal» con los ojos salidos de las órbitas antes de morir por disparos a bocajarro, son simplemente memorables.
O los planos de la madre que es alcanzada por una bala y con su cuerpo inerte empuja el cochecito de su bebé escalones abajo, dando inicio a los cuarenta segundos posiblemente más importantes del cine que han sido imitados o parodiados por decenas de directores como Francis Ford Coppòla en El Padrino, Brian de Palma en Los intocables, Woody Allen en Bananas, Terry Dilliam en Brazil y, que incluso, se ha usado en distintos capítulos de Los Simpson. La película se estrenó el 24 de diciembre de 1925 en el Teatro Bolshói y el propio Eisenstein aseguraría que el montaje se terminó poco antes de proyectarse, convirtiéndose en una de las películas más estudiadas en los casi 100 años que ya han pasado desde entonces.
La película fue prohibida en la mayor parte de Europa por su contenido revolucionario y en España se reestrenó en agosto de 1977 en Madrid y un mes más tarde en Barcelona. En las versiones soviéticas algunas escenas violentas fueron excluidas y fue talada la introducción de León Trotski cuando se enfrentó a Stalin y cayó en desgracia. En el I Festival Internacional de Cine Europeo una votación realizada entre 6.000 cineastas eligió El acorazado Potemkin como la mejor película europea de todos los tiempos. El director ruso tuvo que ir con pies de plomo tras el rodaje de esta película mítica. El estreno de Octubre tuvo que retrasase cinco meses para sacar del metraje todas las escenas donde aparecía Trotski, considerado ya un traidor y otra gran película, La línea general también conocida como Lo viejo y lo nuevo, tuvo poco éxito.
Eisenstein viajó a Estados Unidos y México durante varios años donde tampoco le acompaño la suerte y volvió casi una década después para rodar ya bajo sospecha dos de sus películas más brillantes. Una, Alexander Nevsky, relato épico sobre un príncipe y héroe nacional ruso del siglo XII que defendió el norte de Rusia del ataque de las tribus teutonas por el oeste y al ejército mongol de Gengis Khan por el este. E Ivan el Terrible, una trilogía sobre el zar de mismo nombre de la que sólo pudo rodar dos partes en blanco y negro y que fueron prohibidas cuando ya rodaba en color la tercera parte justo después de recibir el Premio Stalin.
Todas las imágenes de esta tercera parte fueron confiscadas y muchas destruidas y sólo consiguieron salvarse algunas escenas. Hubo que esperar a la muerte de Stalin para que La conjura de los boyardos, el subtítulo de la segunda parte, se pudiese estrenar en 1958, diez años después de la muerte del director cuando acababa de cumplir los cincuenta años. La historia de este mito del cine debería ser reivindicada por el estado ucraniano en su cruzada contra la invasión y la ocupación rusas. A pesar de que creció intelectualmente como un ruso y un bolchevique y utilizó su grandeza para realizar cine propagandístico revolucionario, su evolución intelectual le hizo enfrentarse a la ortodoxia estalinista y su carrera fue vigilada con lupa hasta la asfixia y su muerte.
Seguro que los soldados que guardan el paso a la mítica escalera no saben ni quién fue Eisenstein, ni siquiera se hayan preocupado por saberlo cuando un extranjero les ha hablado de él. Y mira qué es fácil mirar Wikipedia y aprender. Porque la historiografía de un país está estrechamente vinculada a los hitos culturales de sus grandes hombres a los que no se pueden borrar de un plumazo por mucho que el dolor sea insuperable.
Sin comentarios
Para comentar es necesario estar registrado en Ultima Hora
De momento no hay comentarios.