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Este año parecía que algo más que la lluvia podía enturbiar la celebración de la Feria de Abril de Palma, que ha recibido críticas por parte de algunos sectores nacionalistas mallorquines. Desde el Ajuntament se han apresurado a asegurar que la instalación de las casetas se sufraga con los beneficios de la propia feria, por lo que considera infundada la controversia en torno a la participación municipal en el evento.

Desde luego hay que reconocerle a Cort el derecho de cualquiera de las comunidades asentadas en nuestra Isla a celebrar sus festividades con total libertad y con el respeto de las demás. No se trata de enfrentar las tradiciones de una comunidad con las de otra. Mallorca es tierra de acogida y en su desarrollo han tenido un papel muy importante los inmigrantes llegados de Andalucía. Que durante unos días al año pueda celebrarse una fiesta de sabor y color andaluz no tiene por qué ser motivo de escándalo. Puede ser, en cierta forma, un agradecimiento de la ciudad de Palma a estos inmigrantes y una oportunidad para que conozcamos sus costumbres y disfrutemos de ellas si nos apetece.

Lo peor de la polémica suscitada es que trasluce un tufillo a xenofobia que habría que evitar. En este sentido, son criticables algunas de las opiniones de uno de los líderes del Lobby per la Independència publicadas ayer en este diario. Quienes reclaman «A Mallorca, festes mallorquines» son libres de expresar su protesta ante el recinto ferial pero sin ofender a los forasters. Afortunadamente, y según las primeras informaciones, el acto reivindicativo se celebró sin incidentes.

Así las cosas, lo único que hay que esperar es que la fiesta se desarrolle en paz, que todos "mallorquines y forasters" disfruten por igual de la música, la gastronomía y el espectáculo y que el Ajuntament se proponga celebrar eventos similares para ensalzar nuestras propias tradiciones. Quizás así muchos se quitarían de la cabeza la absurda idea de que el folclore de los demás es más divertido que el propio.