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Una vez constituido el nuevo Govern de la Generalitat, presidido por Pasqual Maragall, del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), queda patente el importante peso que tendrán en el Ejecutivo Josep Lluís Carod Rovira, de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), y Joan Saura, de Iniciativa per Catalunya (IC-EV). De hecho, los tres ocuparán despachos próximos en el Palau de la Generalitat, lo que evidencia la intención de mantener una estrecha colaboración. Y esto es así como consecuencia lógica del pacto acordado por el llamado tripartito. Un pacto que ha querido demonizarse desde el Ejecutivo central de José María Aznar, enfrascado en una difícilmente sostenible cruzada en contra de cualquier modificación del texto constitucional del 78 y convirtiéndose en abanderado de un concepto de la unidad de España que no es el reflejo de la realidad plural de la sociedad española.

Los nuevos responsables del Govern catalán anuncian un cambio político importante, aunque debieran dejar de lado algunos posicionamientos extremos. Nadie pone en duda que los elegidos para gobernar Catalunya son gente de la calle, pero también lo eran y lo son los miembros de Convergència i Unió (CiU), que han estado en el poder durante 23 años y que no se merecían ser abucheados a su salida del Palau de la Generalitat. No es bueno que se comience ya por la demagogia más propia de una campaña electoral que del ejercicio del poder responsable.

El tiempo nos dirá si Maragall y su nuevo equipo de gobierno materializan un cambio positivo para Catalunya, que necesariamente debe estar basado en el diálogo y la seriedad. Sólo contando con todos y cada uno de los partidos catalanes podrán afrontarse determinadas acciones que puedan conducir a mayores cotas de autogobierno y más prosperidad para Catalunya y todos sus ciudadanos. El reto, dados los precedentes vascos, es muy difícil, pero no necesariamente imposible.