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La muerte, la noche de Navidad, de un joven inmigrante al incendiarse su chabola en Palma pone en evidencia que esta ciudad, que pretende convertirse en un referente cultural y cosmopolita para todo el Mediterráneo, carece de algunos servicios fundamentales. Está claro que la afluencia de inmigrantes, especialmente ilegales, ha desbordado cualquier previsión y ningún gobierno, sea nacional, autonómico o local, está en condiciones de afrontar el problema con ciertas garantías. Pero también es cierto que, una vez que están aquí y se encuentran en graves dificultades -y esto no sólo afecta a los inmigrantes, sino también a otros colectivos marginales- es necesario y urgente responder a las necesidades básicas de estas personas.

La realidad nos indica que no todos encuentran empleo y que muchos, aunque lo tengan, no logran una vivienda digna donde instalarse e integrarse en la sociedad. De ahí que surjan estas zonas de chabolismo que se han convertido en permanentes en muchas ciudades y que aquí no debemos tolerar.

La muerte de un joven de veinte años a causa de un accidente fortuito causado por sus penosas condiciones de vida debe removernos y debe conducirnos a la acción. Las instituciones -no sólo las caritativas, como ocurre a menudo- deben plantearse seriamente un problema de graves consecuencias sociales: la exclusión de un numeroso grupo de ciudadanos que no acaban de encontrar un hueco en nuestra sociedad.

Si pretendemos ser una comunidad rica, de bienestar y de cultura, no podemos dar la espalda a quienes tienen problemas o a quienes son diferentes, porque precisamente en la universalidad del bienestar es donde está la clave de la riqueza de una sociedad.