Aunque las fiestas señaladas no sean más que convencionalismos,
lo cierto es que estas Navidades están teniendo un tinte trágico en
Mallorca. Si el día de Navidad moría abrasado en su chabola un
joven inmigrante subsahariano que no logró encontrar el empleo y la
vida digna que buscaba, el día de Año Nuevo de nuevo la tragedia se
instala entre nosotros. Esta vez poniendo de relieve otro problema
social de primera magnitud al que parece imposible poner freno a
pesar de los esfuerzos institucionales. La violencia doméstica se
ha cobrado una nueva vida, la de una mujer de 41 años que ya había
denunciado a su agresor, con el que había mantenido una relación
sentimental, tiempo atrás.
Las distintas iniciativas aprobadas para reducir este tipo de
violencia parecen causar poco efecto si tenemos en cuenta que si en
2002 fueron 52 las mujeres asesinadas a manos de sus maridos, ex
maridos o compañeros, en 2003 la cifra se ha elevado a 72, aunque
algunas organizaciones feministas hablan de 81, cuatro de ellas en
nuestras Islas.
Si bien resulta difícil contener los impulsos de un demente, de
un sádico o de una persona que sufre un ataque de celos, sí debe
ser posible tomar medidas tan sencillas como retirar el permiso de
armas a personas denunciadas o conseguir que la presencia policial
constante y cercana en las calles sea un hecho.
Aunque como hemos dicho en reiteradas ocasiones, la verdadera
solución está en la educación, en conseguir que niños y niñas fijen
de manera indeleble en sus intelectos que hombres y mujeres son
iguales, extirpando para siempre esas ridículas creencias que hacen
que muchas parejas se basen en sentimientos de posesión y propiedad
que no provocan más que abusos y reacciones irracionales.
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