A través de Sato, del restaurante Shogun, hemos preparado una
serie de entrevistas con supervivientes de la bomba atómica. Ignoro
cómo lo ha hecho, pero lo cierto es que a la hora fijada en el día
previsto, los he tenido frente a mí. Son personas mayores que, pese
a los años transcurridos, no han podido olvidar aquel día. Unos han
perdonado, otros también, pero no han olvidado, y otros, ni han
olvidado ni han perdonado. Pero todos quieren que aquello no vuelva
a repetirse.
e Hiromu Takagi tenía 18 años cuando estalló la bomba. Señala
sobre el mapa que su vivienda estaba a dos kilómetros y medio del
hipocentro. «Era temprano y hacía buen día. Estaba en casa,
estudiando, solo». Su madre y sus dos hermanos estaban afuera, y su
padre se había ido a trabajar al centro de Hiroshima. De pronto
escuchó un gran ruido y le deslumbró una gran luz, más potente que
la del sol, seguida de una gran tormenta de viento. De repente se
le cayó la casa encima y de no haber sido por su madre, que entró
en las ruinas y le rescató, seguro que hubiera muerto.
Se dio cuenta entonces de que su cuerpo estaba plagado de
heridas, 14 ó 15, producidas por los cristales que se cayeron de
las ventanas. Al día siguiente encontraron a su padre cerca del
lugar de su trabajo, a menos de un kilómetro del hipocentro. Estaba
abrasado por la onda de calor, con quemaduras de quinto grado. A
causa de ellas, y de la radioactividad, murió el día 11. No le
gusta hablar mucho de este capitulo. No guarda rencor a América,
«ya que la guerra -asegura- la comenzó Japón», por lo que no le
sorprendió que Estados Unidos reaccionara así. «Por tanto, el único
culpable de cuanto acaeció fue el Gobierno japonés, que fue quien
atacó a Estados Unidos y luego no quiso aceptar su rendición». El
17 de septiembre, un tifón mató a su madre y a sus dos hermanos,
además de a otras dos mil personas. Se quedó solo, pero por ser
practicante del budismo, supo reaccionar. A ellos les había tocado
morir y a él vivir. «Sobreviviré en su memoria», se dijo. Por otra
parte, sabía que en una guerra podrían ocurrir muchas cosas, entre
ellas ésta, quedarse huérfano en poco tiempo. Por tanto, no le
quedó más remedio que buscar todos lo medios para salir
adelante.
Los familiares de su padre, que vivían en un área bastante
alejada de Hiroshima, le acogieron. Como era un chico inteligente,
logró superar aquel momento.
Takagi cree que la bomba mató a 140.000 personas entre la
explosión, el calor y la radioactividad. En poco tiempo vio muchos
desastres y morir a bastantes amigos.
A sus hijos y a sus nietos, sobre la bomba atómica les ha
hablado, por supuesto, pero ha dejado que sean ellos quienes saquen
las consecuencias. «Lo importante es que esto no vuelva suceder
-repite-; las guerras no conducen a nada».
Aunque no tuvo ocasión de hablar con él, conoció al doctor
Michihico Hachiya, director del hospital de Comunicaciones de
Hiroshima. «A pesar de haber quedado herido, hizo muchas cosas por
los supervivientes».
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