A estas alturas del mes, cuando el jamón del verano está
prácticamente en el hueso -aparte de que ha sido un jamón más bien
escaso-, no queda más remedio que agudizar el ingenio con lo que
tenemos o de lo contrario hay que cerrar el chiringuito. Porque
entre que la Schiffer se esconde en su casa, que los príncipes de
Asturias siguen en dicha comunidad, que Valentino no ha sido visto
por estos pagos y que a la baronesa Thyssen nos la encontramos en
todas partes, tenemos que concentrarnos con los que siguen en la
Isla, eso sí, procurando no amargarles el día con nuestra
presencia.
Así que ayer, de nuevo fuimos a Porreres. De camino nos cruzamos
con Kyril, que en el pequeño Suzuki, se dirigía a sa Ràpita. Iba
con su hijo menor. En la playa observamos que se reunía con Iñaki
Urdangarín y sus hijos. Por tanto, nos disponíamos a revivir una
mañana parecida a la de hace dos semanas, en el mismo escenario,
aunque ahora sin Haakon de Noruega. Mientras los niños disfrutaban
del agua, ellos charlaban sentados en las toallas extendidas sobre
la arena.
De pronto sopló algo de viento y vimos cómo Kyril, corriendo, se
acercaba al párking. ¿Llegaban ellas y les salía al encuentro? No
palpites, corazón, me dije. Pero no. Regresaba del párking con la
pequeña tabla de surf con la que jugaría con una pequeña ola. Sobre
las dos y media de la tarde, sin prisas, padres e hijos regresaron
al aparcamiento, subieron a los coches y tomaron la dirección de
Porreres, donde les aguardaban sus esposas y los hijos que no
habían ido a la playa. Por cierto, Juan, el hijo de Urdangarín, es
del Barça. Lo digo porque el domingo por la tarde, regresando en la
«Somni» con su abuelo, el Rey, llevaba la camiseta blaugrana, con
el número 7 en la espalda, y por encima de él su nombre, Juan.
Pedro Prieto
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