Todos sabemos que la Platja de Palma es no sólo una zona
emblemática del turismo balear, pionera en muchos aspectos y enorme
fuente de riqueza, sino además un pequeño tesoro para la economía
nacional, que en buena parte se nutre de los beneficios que
proporciona el negocio turístico aquí y en otras zonas similares
diseminadas por todo el territorio español.
Por eso desde el Gobierno -amén, por supuesto, de las
instituciones locales y autonómicas- debería contemplarse el
desarrollo y la evolución de estas zonas vacacionales de primera
importancia con todo el mimo posible. Algo que a día de hoy no
parece ocurrir.
Quizá se haya denostado el modelo turístico que simboliza la
Platja de Palma en esa filosofía que prima la calidad sobre la
cantidad, pero ciertamente, la kilométrica playa de s'Arenal, sus
hoteles y su oferta complementaria continúan siendo en la
actualidad referencia obligada en el turismo de masas español.
De ahí que resulte cuando menos sorprendente que el
representante de la Secretaría de Turismo haya anunciado desde ya
que en 2006 terminarán las aportaciones de las arcas
gubernamentales al Consorcio de la Platja de Palma, cuando se había
previsto que hasta ese momento se aportarían 2,6 millones de euros
destinados a la revitalización de la zona. Poner fin a esta
iniciativa es, desde luego, precipitado. Y más cuando desde el
Gobierno central se alude a la necesidad de hacer partícipe a la
iniciativa privada para tales menesteres, cuando se trata,
precisamente, de un Ejecutivo socialista, que debería primar
siempre lo público. Dos millones y medio de euros es una miseria en
una empresa de tal magnitud, y ahora las partes implicadas
-Ajuntaments de Palma y de Llucmajor, Consell de Mallorca, Govern y
Gobierno- tendrán que hacer un esfuerzo por ampliar ese capital y
maximizar los efectos positivos que tendrá sobre el futuro de un
baluarte del turismo balear.
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