Acaba de celebrarse una jornada de sensibilización para la
detección precoz del cáncer de mama en la que expertos y
voluntarios han incidido en la necesidad de realizar pruebas que
revelen la presencia de la enfermedad de forma preventiva, pues
localizar en sus primeras fases este mal puede significar la
diferencia entre la curación total, un tratamiento largo y doloroso
o la misma muerte de la mujer afectada.
Está claro, clarísimo, que el asunto es de vital importancia,
pues sólo en nuestra Comunitat se diagnostican cada año 230 nuevos
casos, mientras más de un centenar de mujeres pierden la vida,
víctimas de esta enfermedad.
Los especialistas subrayan lo crucial que resulta la detección
precoz, pero demasiado a menudo es la propia mujer la que no
encuentra un respaldo incondicional en los profesionales de la
sanidad pública. Ya sabemos que muchas veces una simple sospecha no
puede conducir a la realización de pruebas que confirmen o
descarten la presencia del mal, pero en estos casos debería ser más
importante prevenir que lamentar, aunque el coste de las pruebas
sea elevado, aunque haya listas de espera o a pesar de que el temor
parezca infundado.
Prevenir es la clave, lo dicen todos. Pongamos pues todas las
medidas necesarias para que todas las mujeres, entre ellas el
aprendizaje de la autoexploración, y no sólo las que se inscriben
en los llamados «grupos de riesgo», tengan a su alcance la
posibilidad de descartar un cáncer. Porque ahora no ocurre así y
las mamografías, la prueba decisiva, se recomienda únicamente a las
mayores de 45 años y a las que cuentan con antecedentes familiares
directos. Una incongruencia si tenemos en cuenta que el 16% de las
afectadas en Balears tienen menos de esa edad.
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