Que la violencia doméstica es una lacra de magnitudes bíblicas
es una verdad que los medios de comunicación se encargan de
recordarnos a diario. Tanto que a día de hoy es ya la primera causa
de muerte e invalidez permanente de mujeres en el mundo, por
delante del cáncer, los accidentes de tráfico y las guerras. Una
realidad difícil de comprender y, desde luego, imposible de
digerir. Veamos unos datos para reflexionar: en Rusia han muerto
13.000 mujeres en un año, el 75% asesinadas por sus maridos; en
Suecia muere una cada diez días y en Estados Unidos hay una víctima
de violencia contra las mujeres cada cuatro minutos.
Es un paisaje desolador, de complicadísima solución, que por
desgracia también nos alcanza de lleno a nosotros. Pero hay un
atisbo, leve, de esperanza en el hecho de que Balears es la
comunidad autónoma con mayor número de denuncias por cada mil
habitantes. Un dato que podría indicar que aquí sufrimos este
problema de forma especialmente significativa, pero que también
tiene una lectura positiva: nos atrevemos a denunciar más, estamos
más dispuestos a poner cerco al problema.
Así las cosas, lo que se impone es una valentía sin límites. Por
parte de las autoridades y de la sociedad civil, empezando por ese
germen de violencia que son las escuelas. Es ahí donde comienza
todo, porque el ámbito familiar es siempre más inabarcable y mucho
menos controlable. Hay que concienciar a niños, jóvenes y
educadores de la necesidad de estar siempre vigilantes y de
denunciar y acorralar cualquier indicio de abuso, de violencia, de
machismo, de autoritarismo. Sólo así, con perseverancia, siendo
implacables, lograremos ver algún resultado dentro de unos años,
cuando esos niños conformen el cuerpo de la sociedad.
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