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El Fomento del Turismo de Mallorca cerró los actos de su centenario con una larga e interminable noche, con muchas ausencias e incluso de la propia junta directiva, en la que se entregaron múltiples premios. En un tedioso intercambio de distinciones, el Fomento recibió placas de reconocimiento y entregó placas, diplomas y medallas. Demasiadas medallas -Ultima Hora renunció a recibir una distinción-, aunque algunas muy merecidas, como el sufrido público asistente se encargó de subrayar, en algunos casos, con unos aplausos especialmente cariñosos. Pero fue una noche patética. El Fomento no puede actuar como un club de amigos cuando convoca a toda la sociedad mallorquina y a sus primeras autoridades que, significativamente, excusaron su ausencia. El Fomento no puede organizar un acto de esta categoría, con invitados extranjeros, con improvisaciones ni dejándolo en manos de voluntariosos aficionados. No es de recibo que se convoque a la alcaldesa de Palma y que tenga que escuchar las reconvenciones del polémico, y afortunadamente saliente, presidente del Fomento, Miquel Vicens. Un mínimo de cortesía obliga al anfitrión a no criticar, ni incomodar a sus invitados. No era el debate sobre el estado de la autonomía en su apartado turístico. Era pura y simplemente una celebración.

No cabe duda de que la gala del viernes supone un fin de ciclo. No sólo se despide su presidente más polémico y que menos consenso ha despertado con sus continuas salidas de tono, sino que también debe significar la jubilación de una junta directiva que ha permitido, con su complicidad con Vicens, o su silencio, que la situación de la centenaria institución haya llegado a este nivel. A toda la vieja guardia le ha llegado la hora de retirarse y dejar la puerta abierta a nuevas ideas. Posiblemente ha llegado el momento de plantearse si el Fomento, tal como lo conocemos, tiene algún sentido.