Una de las claves del éxito de los dimonis de Albopás, ese país imaginario que surgió de la imaginación de Alexandre Ballester, es que no actúan, no interpretan, sino que se convierten en auténticos diablos traviesos, divertidos y de buen corazón que, más que tentar a quienes les observan, los conquistan para que liberen sus escrúpulos y den rienda suelta a esa alma infantil que permanecía dormida, tal como lo lograron con el conseller Francesc Buils, con el alcalde de sa Pobla, Joan Comas, y con el propio Antoni Torrens, a pesar de su rodilla maltrecha, quienes bailaron como uno más, al ritmo que marcaban los estruendosos tambores.
Y eso ocurrió ayer en Central Park de Nueva York. Con las limitaciones que las normas de seguridad imponen, aquellos grotescos personajes llegados de una lejana y exótica isla del Mediterráneo llamada Mallorca, una hora antes del comienzo de la última edición de New York World Festival recorrieron el inmenso parque de Manhattan para atraer a los sorprendidos transeúntes hacia el Summerstage quienes pudieron ver en primera fila la máxima expresión del passacarrers, naturalmente, con la complicidad de los seis xeremiers, que hacen «diabluras» con sus instrumentos, con los que lograron mover cuerpos y almas. Luego empezaron las actuaciones de los grupos y artistas representantes de la música tradicional de Marruecos y Grecia, que con los de sa Pobla, protagonizaron el Music Around the Mediterranean.
Si alguien tenía dudas de si la agrupación mallorquina sería capaz de llenar el recinto, la incógnita quedó disipada inmediatamente, pues una vez más quedó bien patente su experiencia y habilidad para congregar multitudes, atraídas por el misterio de tan «extraña» ceremonia festiva «infernal».
Y ya se sabe, los diablos son diablos, y no hay quien les meta en vereda. Por eso cuando alguien con autoridad dice «eso se acabó», la orden no vale para ellos, porque la fiesta va con ellos. La empezaron días antes, en la terminal 4 de Barajas, en un sorprendente recital de xeremies en la zona de fumadores y la terminaron ayer en la famosa Quinta Avenida.
Aunque, en realidad, aunque callasen los instrumentos y los disfraces volvieran a sus «cofres», para los domonis de Albopás y los xeremiers de Mallorca, la fiesta continúa.
Pep Roig
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