Como mi coche lleva tiempo anunciándome su muerte, me he puesto a buscar un recambio. Quiero un vehículo que sea estúpido, me lleve de un punto a otro, y sea barato. Y sobre todo que no piense, que no sea inteligente. Para eso ya me basto yo.
Por lo tanto, entré en Internet para hacerme una idea. Gracias a las nuevas técnicas de márketing, ahora ninguna marca pone el precio (verdadero) del coche, como si para los fabricantes estas fueran cuestiones secundarias. La moda ahora es ofrecer «ofertas personalizadas» que, por supuesto, no pueden ser personalizadas dado que se ofrecen a todo el mundo y, encima, sin conocer al cliente. Acorralado y sin alternativas, mandé mis datos a una dirección de correo, para que me llamen. No crean que me engañaba, sabía que esto era meterme en un lío, pero después de buscar durante semanas cómo obtener información sin dar mis datos, me rendí: escogí una marca rara a modo de experimento y le mandé mi mail para que me haga la susodicha oferta económica personalizada. O-fer-ta-eco-nó-mi-ca. Al minuto me llama un comercial. Para romper el hielo, me dice que me va a grabar la llamada por ¡mi seguridad! Empezamos mal. A continuación me dice que le confirme si quiero el coche que cliqué en la web. Ya me estaba empezando a arrepentir.
Tal como me temía, añade: «Caballero, ¿cuándo le vendría bien hacer una prueba dinámica de nuestro modelo xxxx?» «No quiero hacer una prueba dinámica». «¿Pero conoce las virtudes de nuestro coche?» «No».
«¿Y no desea conocer las innovaciones que incorpora?» «No.» El hombre se quedó cortado: un cliente que no conoce las virtudes del coche y que no quiere conocerlas. ¿Para qué quiero conocer un coche si antes no sé si lo puedo pagar? Es como ir a ver casas a Son Vida, las cuales jamás me podré permitir. Entonces me expliqué: «Oiga, ustedes en la página web ponen que para recibir una oferta económica hay que mandar los datos. Yo hice eso porque quiero una oferta económica. No quiero conocer las virtudes del coche, ni quiero una prueba dinámica. De haberlo querido, habría lo habría pedido. Quiero el precio». «¿Con qué financiación?». «El precio. Pre-cio. Una vez que sepa el precio, ya veré yo, no ustedes, si lo financio y cómo lo financio». Me veía venir el rollo de que el coche sólo cuesta 60 céntimos por minuto, dos euros por día, cien por mes. Pero no, captó mi hostilidad creciente y me confesó: «En ese caso, le paso los datos al concesionario porque yo no le puedo hacer una oferta económica». «¿Entonces, si no me puede hacer una oferta, para qué me llama?».
Afortunadamente, no había llegado a enviar mis datos a la docena de fabricantes que hubiera consultado de no existir este cáncer generado por el márketing contemporáneo, parido en las escuelas de negocios americanas.
Para mí, estas técnicas comerciales tratan al consumidor como si fuera un retrasado. Pero, pensándolo bien, estas técnicas existen porque sus creadores han comprobado que funcionan, puesto que estudian meticulosamente los resultados. Por lo tanto, la conclusión dramática es que sí, algo cortillos debemos de ser para aceptar ser embaucados de forma tan simple.
Lo cual me lleva a pensar que quizás algún cliente de mi banco se emocione al recibir la carta del presidente, felicitándole con motivo del cumpleaños; o que quizás haya quien se sienta valorado cuando el vendedor le tutea, simulando una amistad inexistente; o cuando, como si fuera su amigo del alma, le tutea –«Javi», me dijo el mío, para rectificar a continuación y pronunciar mi nombre completo al notar mi silencio desaprobador–.
Siendo sinceros, todo esto es nuevo pero al mismo tiempo no lo es. La historia de la humanidad es la historia de los vendedores, de sus artes para ‘colocarnos' lo que les interesa, para embaucarnos, para persuadirnos. Siempre ha habido vendedores capaces de simular lo que hiciera falta con tal de que su caja registradora tenga ingresos. Lo que me sorprende es su modernización, el uso de las nuevas técnicas, el enfoque multimensional del acoso, el uso de herramientas que les han permitido sofisticar el embaucamiento.
(Por cierto, le compré el coche al embaucador porque, quitada la paja, la propuesta final me interesó. ¿O también yo me engaño a mí mismo, necesitado de demostrarme que acierto?)
1 comentario
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Me siento totalmente identificado... ha sido terapeutico leer el artículo !!