Isabel, María y Consuelo, asiduas a la playa de Can Pere Antoni. | Click

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El domingo más señalado del ferragosto era un buen día para ir a la playa. Había buenas razones para ello: un sol radiante, una tranquilidad absoluta, y las últimas noticias del Ministerio de Sanidad sobre la pandemia que parecen acercar el fin del mundo: más y más rebrotes por todo el país, adiós al ocio nocturno, prohibido fumar acompañado en la calle y nada de reuniones de más de diez personas.

Nos acercamos a la playa de Can Pere Antoni, donde en la noche anterior, por lo que nos contaron, hubo un gran botellón, por prohibidos que estén. Se la veía menos frecuentada que en otras fechas. La ausencia de extranjeros se hacía notar sobre todo en la zona de hamacas, que ocupaban más los turistas que los residentes, pues no todos están dispuestos a pagar los 16 euros que se cobra por dos hamacas y una sombrilla.

Lo que sí vimos fue que se guardaban las distancias. Las tres amigas Isabel, María y Consuelo eran el ejemplo de ello. Amigas, sí, pero que pasara el aire entre ellas. «Este año hemos notado a faltar sobre todo turistas. Por ello, hay mucha gente, como los taxistas, que apenas trabajan. No sabemos que va a pasar a partir de octubre, pero nada bueno».
Por su parte, Marga y Toni, consideraban que «no queda más remedio que adaptarnos a las nuevas normas. Aunque somos pareja, mantenemos la distancia. Apenas hay turistas, pero el agua está más limpia».