Baleares es la comunidad en la que los niños se han vacunado menos, ¿sabe a qué se debe?
— Es una pregunta que me hago yo mismo aunque no sabría por qué Balears está por debajo. En Catalunya ha habido más infecciones en esa franja y se retrasa el momento de ponerse la primera dosis porque todavía no pueden. No es que los padres sean negacionistas, porque son un grupo pequeño, pero los hay que tienen recelos de la vacunación de sus hijos y prefieren esperar un poco más para ver cómo va para decidirse. Podía ser un argumento válido cuando se empezó a vacunar pero ahora no, no ha habido evidencia de problemas de seguridad ni efectos adversos graves. Por eso deberían estar más tranquilos. La estrategia es segura.
Los hay que creen que puede tener efectos años después.
— Tampoco existe esa información de otras vacunas nuevas que llegan al mercado, y no por eso dejamos de ponerlas o confiar en ellas. No hay evidencia de efectos a largo plazo en las vacunas de COVID. Aunque tienen poco recorrido se monitorizan, pasó lo mismo con el papiloma o el neumococo y nunca planteó un debate.
Ahora hay más hospitalizaciones pediátricas por COVID.
— Es cierto, ahora ingresan más, no porque sea más grave sino porque hay muchos más casos en edad pediátrica y eso se ve en los ingresos. Las consecuencias graves de las infecciones son un buen motivo para vacunarse, hay que protegerles.
¿Existe la COVID persistente en niños?
— Es polémico porque es diferente al de los adultos donde suele venir por la gravedad de la lesión pulmonar aguda. En los pequeños es mucho más sutil: el niño era activo pero se queda apagado durante semanas o meses, tiene dolor de cabeza mantenido en el tiempo, tos persistente... Los efectos son más psicológicos que físicos, sobre todo en la adolescencia, y es difícil de diferenciar.
¿Destacaría efectos indirectos de la pandemia en niños?
— Se ha descrito otra pandemia, de salud mental, lo estamos viendo en Atención Primaria y en los hospitales donde hay muchas visitas en psiquiatría, trastornos en alimentación, ansiedad y el sueño. Es algo para lo que no estábamos preparados porque hay un volumen de profesionales bajo en salud mental pediátrica, debe ser una prioridad.
El confinamiento o el cierre de parques no ayudó.
— Nos equivocamos claramente. Primero en tachar a los niños de supercontagiadores. Lo que pasa que en ese momento no se sabía y se fue precavido, pero deberíamos haber reaccionado más rápido. De las restricciones de la primera ola se aprendió, porque no se han vuelto a cerrar colegios como en otros países.
¿Cree que ya hay que levantar restricciones como Dinamarca?
— El espíritu es el correcto pero falla el timing. Con la población que tiene Dinamarca aunque su incidencia sea de 10.000 deben tener nueve mil resfriados y un centenar de casos graves pero nosotros seguimos saturados. El cambio de paradigma es inevitable pero ahora hay peligro de rebrote. Primero consolidemos la bajada, que se vacíen los hospitales y la cifra de muertos diarios deje de ser de tres dígitos.
¿Lo mismo con la mascarilla en exteriores?
— Esto me da más igual porque su contribución es modesta. Aunque la podemos aguantar por el mensaje que da, recuerda que seguimos en pandemia. En interiores no debería quitarse, como mínimo, hasta verano.
El apunte
Uno de los responsables de la vacuna de la malaria