Zafer Kizilkaya, fotografiado este martes en s'Arenal. | Pere Bota

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Kafer Kizilkaya es un prestigioso conservacionista y fotógrafo marino, con numerosos reconocimientos internacionales, entre ellos el Premio Goldman de Medio Ambiente de 2023 por su proyecto de recuperación de la bahía de Gökova en su país, Turquía. Kizilkaya participa en el encuentro anual de la Med Sea Alliance, que se celebra estos días en Palma y cuya presidencia ostenta actualmente Aniol Esteban, director de la Fundació Marilles. Mañana jueves a las 19.00 horas, Kizilkaya ofrecerá una charla en el Arxiu del Regne, organizada por Marilles.

¿Por qué se decidió a intervenir en Gökova?
Estaba en Indonesia cuando en 2006 me llamaron desde Gökova para cuidar de una cría de foca monje. Una vez encarrilada su crianza, regresé a Indonesia, pero me volvieron a llamar porque la pesca local, básicamente de mero y gamba, colapsó. Fue cuando puse en marcha el proyecto de protección de la bahía para recuperar sus recursos pesqueros. Para ello tuve que convencer a 120 familias de pescadores artesanales. Al principio, unas familias estaban de acuerdo, pero otras no.

Además de esa oposición parcial, ¿con qué problemas tuvo que enfrentarse?
A la intensidad insostenible de la pesca y a la actividad del arrastre y el cerco ilegal. Mi propuesta consistió en cerrar la mitad de la bahía al arrastre y al cerco. Había que tomar medidas porque la evaluación de la biomasa en Gökova era de las más bajas del Mediterráneo. A ello había que añadir las especies invasoras. Poco a poco, los pescadores reticentes fueron sumándose a la iniciativa. Tengo que decir que fue una época tensa, con amenazas y juicios por esas amenazas, e incluso hubo disparos. Había muchos intereses en juego, pero la realidad era que la pesca estaba desapareciendo. Toda la bahía tiene 1.200 kilómetros cuadrados. Protegimos 350 y, de éstos, 30 pasaron a ser reserva integral, es decir, sin ningún tipo de pesca, aunque mi intención inicial era de 50 kilómetros cuadrados. También prohibimos las redes de monofilamento de plástico, de mayor impacto, y ahora sólo se utilizan redes de fibra natural. En Europa se sigue permitiendo el monofilamento de plástico. Igualmente, hemos limitado los palangres a 300 anzuelos, cuando antes podían ser muchos más.

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¿Pero todas estas actuaciones las promovía usted? ¿Y las autoridades competentes?
Pedimos colaboración a los guardacostas contra los ilegales, pero era la época de la crisis de los refugiados sirios y no podían ayudarnos, así que en 2013 montamos nuestro propio servicio de vigilancia con una sola barca con pescadores a bordo. Ahora lo constituyen 10 barcas y 16 vigilantes. No tenemos capacidad sancionadora, pero sí podemos transmitir la información y las pruebas a los guardacostas y ellos se encargan de las tramitaciones y los expedientes. En cuanto a las medidas de gestión, los ministerios de Pesca y Medio Ambiente no tienen capacidad suficiente y delegan en nosotros. Hay una buena colaboración y recogemos una información muy precisa y detallada sobre artes de pesca utilizadas y zonas y volúmenes de capturas.

Años después, ¿cuáles son los resultados?
Con protección, la biomasa se recupera a una velocidad extraordinaria, con más peces y más grandes. En tan sólo diez años, se pesca cinco veces más. Los pescadores inicialmente reticentes ahora me abrazan. Sin embargo, hay que recordar que, en los años 60 del pasado siglo, con una red de seda de cien metros, diez familias podían alimentarse. Había unos recursos pesqueros brutales. Le he mencionado el hallazgo de una cría de foca monje en 2006, pues ahora tenemos localizados 19 ejemplares. Hay focas monje en cuevas situadas a 20 millas de la reserva integral, pero acuden allí para alimentarse. También se ha recuperado notablemente la población de tiburón gris, que tenía en Gökova una zona de reproducción y había caído en picado. Habíamos perdido la referencia de lo mucho que puede aportar el mar si lo protegemos. En tres años hemos replicado nuestro modelo en otras cuatro áreas marinas de Turquía.

¿Cuál es la incidencia de las especies invasoras, teniendo en cuenta la cercanía de Suez?
Ante la masiva presencia del pez león, creamos un sistema de consumo de ejemplares, implicando a treinta restaurantes, algunos de ellos de lujo, pues, a pesar de que su picadura es venenosa, su carne es exquisita. En cinco años, la demanda de estos treinta restaurantes ascendió a 17 toneladas, lo que ya supone un control de su población. Aun así, su impacto es realmente considerable. En un estómago de pez león he visto 17 crías de langosta. Calculo que, en 2030, el 30 % de los peces del Mediterráneo oriental serán especies invasoras. Lamento informarles también de que, en diez años, especies invasoras como el pez león llegarán al Mediterráneo occidental.