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Hay un rumor que recorre Palma. Se dice que en el interior del convento de las Jerónimas hay una calle que se mantiene intacta igual que antes de la conquista de Jaume I, es decir, congelada desde antes de 1229. El convento de las Jerónimas ha abierto sus puertas a las visitas con motivo de la exposición Gaudí i les 40 hores, organizada por el Ajuntament de Palma. A principios de 1912 el arquitecto catalán Antoni Gaudí colaboró con las religiosas de Sant Jeroni para la renovación de los tapices que se utilizaban los días de la liturgia de las Cuarenta Horas. Y con la excusa de la exposición, el palmesano de a pie puede descubrir este tesoro resguardado.

Efectivamente, hay una calle dentro del convento, en la zona del huerto. Aunque dicen los rumores que se trata de la calle Santa Fe, el conservador Pere Terrassa advierte que «viniendo desde la calle del Mar, todo esto eran casas con pequeños terrenos. En el momento en el que se redistribuyeron las murallas se quedaron callejones sin servicio y el rey las cedió a las monjas».

El vestigio de esa Palma medieval se mantiene en pie e intacta: una casa gótica con un arco y un callejón estrecho. En esa pequeña vivienda se instaló el horno conventual. La leyenda de que se trata de una calle previa a la conquista del rey Jaume I, por lo tanto, no se sostiene, pero sigue siendo un tesoro patrimonial. La muralla árabe cerca el convento, que da a la plaza de la Porta des Camp. Más allá se encuentra la muralla renacentista, en es Baluard des Príncep.

A medida que pasaba el tiempo, las monjas iban añadiendo nuevos trozos para ir ampliando el convento hasta el tamaño actual. Un convento que en los últimos años ha copado titulares por la pugna entre las monjas y el Obispado de Mallorca para dilucidar de quién era propiedad. La última sentencia da la razón a las religiosas, aunque el Obispado ha recurrido.

En el claustro del convento «uno de los espacios más enigmáticos», hay un cuadrado de tierra donde reposan los restos de las 525 monjas que pertenecieron a la congregación. Una cruz de hierro se colocó a los pies de la última fallecida. El claustro se convierte en el centro del convento, «la unión de la vida y la muerte. Solo un paso más hacia la vida eterna», dice Terrasa.

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A lo largo de siete siglos, las monjas iban sumando pequeñas propiedades del Casc Antic. Pere Terrassa es técnico director de mantenimiento y conservación de Sant Jeroni desde 2016 y designado por las jerónimas ante las instituciones competentes aunque las religiosas le han rebautizado con el título de ‘el responsable de Bellas Artes del convento de las Jerónimas’. «La congregación iba juntando propiedades. La fachada no es del mismo material que el resto de paredes. Hay un ventana tapiada lo que demuestra que se hizo en otro momento constructivo». Por otro lado, el claustro es como la plaza del ‘pueblo’. Las monjas de clausura vivían en su mundo particular y eran autosuficientes. «Era como un possessió, como un pueblo pequeño», dice Terrasa, que advierte que eran capaces de producir en su convento alimentos y agua mientras el acceso del exterior controlado.

El huerto es el gran secreto de este convento. Tras los muros, que pertenecían a la muralla árabe que rodeaba a la ciudad, coronadas por almenas añadidas en la década de los 70 por la Asociación de Amigos de los Castillos, se esconde un secreto: la huerta y las dependencias de las monjas jerónimas. El 25 de marzo el convento volvía a abrir sus puertas para acoger la ruta entre el Casal Balaguer y el convento de las Jerónimas. Allí los asistentes pudieron recorrer el claustro mientras el Coro del Col·legi d’Advocats de les Illes Balears interpretaba, en señal de respeto al lugar sagrado y las religiosas allí enterradas, el Benedictus de Salvador Giner.

«Es un deber de todos el preservar este espacio», dice la abogada Pilar Rosselló. Mientras tanto, aunque las jerónimas están en Inca, siguen manteniendo el convento de Palma y renuevan el tejado cada vez que hay una gotera para que se mantenga en perfecto estado. «Hay más de 2.000 metros cuadrados de tejado y está en perfectas condiciones», advierte Terrassa. Las más de 2.000 piezas de arte que se conservaban en el convento se han catalogado y trasladado de manera temporal a Inca, con permiso del Consell de Mallorca.

«El valor que asume este monasterio consiste en su capacidad de transmitir un significado religioso, espiritual y cultural que, para las Jerónimas, consiste sobre todo en el reconocimiento de la relación que 600 años de vida consagrada mantienen con la historia, la espiritualidad y las tradiciones: su carisma. Las jerónimas, fieles al mensaje del Papa Francisco, son conciesten de que a través del uso de bienes inmuebles, pueden plantear un proyecto ligado al culto, la cultura y la solidaridad», cuenta Pilar Rosselló, abogada de las Jerónimas. El litigio en los tribunales entre las Jerónimas y el Obispado de Mallorca conlleva «mucho sufrimiento, el tener que estar enfrentadas a alguien tan de la Iglesia como es un obispo y de quien se espera sobre todo protección, no que pretenda arrebatarles su patrimonio», señala la letrada.

«Su deber es el de defender sus derechos históricos y patrimoniales. Luchar por aquello que legítimamente les pertenece, un precioso legado que sus predecesoras han ido atesoran a través de los siglos, con la ayuda de sus familias y bienhechores. Sería imperdonable quedar impasibles ante la injusticia de una inmatriculación efectuada por el Obispado, contra todo derecho y razón», prosigue Rosselló. La letrada admite que «muchos se plantean qué pasará con el convento, pero «pocos se detienen a reflexionar sobre el sufrimiento de las religiosas, los esfuerzos económicos y la dedicación para la defensa de su patrimonio, sin que puedan pensar en ideas de futuro». El 7 de octubre de 1937 cayó una bomba republicana y mató a dos monjas. Las religiosas costearon las 14 obras para arreglar los destrozos y estas facturas les permitieron defender ante los tribunales la propiedad del convento frente al Obispado.