Carmen Ginard es viuda y madre de dos hijos. El mayor tiene 17 años y el pequeño, 14. «Y es sordo, por lo que va a clase a Aspas, que es un centro especializado». Antes de la pandemia, a Mari Carmen le detectaron un cáncer en los ovarios, que afortunadamente superó, por lo que pudo reincorporarse a su trabajo como cocinera de Son Espases –con anterioridad, durante 17 años, había vendido cartones en el Bingo Balear–. Tres meses después, un cáncer de hígado se llevó a su marido. «Fue fulminante.
Ingresó en el hospital, y a los 20 días falleció. Era el 25 de marzo. Aunque llevábamos 14 años juntos, nos habíamos casado el 15 de ese mismo mes, por lo que, casados, estuvimos 10 días. Naturalmente, lo de casarnos fue porque él no quería que nos quedáramos sin nada; porque casados, yo podría cobrar la paga de viuda».
Ella, sus dos hijos y 800 euros
Para empeorar las cosas, no le renovaron el contrato de cocinera, y se quedó sin trabajo y sin nada… Y encima llegó la pandemia, «por lo que nos tuvimos que arreglar con la paga de viuda, 645 euros, para hacer frente a los gastos de alquiler, luz, agua, comida, y a los que ocasionan los niños, en mi caso, dos. Porque mi paro ya lo había consumido cuando tuve cáncer. Entonces… ¿Qué podía hacer con tan poco dinero…? ¿No dar de comer a mis hijos…? ¡Eso sí que no! Así que dejé de pagar el alquiler de la casa durante seis meses… Cuando podía le daba al casero cien o doscientos euros, porque para más no alcanzaba… Mientras tanto, acudí a la Seguridad Social donde, tras hacer unas gestiones, me subieron la paga a 800 euros. Pero, incluso así, seguía sin poder cubrir todos los gastos… Intenté pedir el ingreso mínimo vital y la ayuda familiar, pero me los denegaron por considerar que con lo que cobraba era suficiente. Mientras, la deuda por el alquiler de la casa había ascendido a más de 4.000 euros, y como no puedo pagarla, el casero me ha desahuciado, por lo que en dos semanas nos vamos a la calle».
Carmen intentó hacerse con un piso del IBAVI, «pero me contestaron que me pusiera a la cola, que había mucha gente que lo pedía, y que no había para todos». Entonces habló con Stop Desahucios, donde le dieron como solución que ellos pagaban dos meses de alquiler, pero a partir del tercero las mensualidades corrían por su cuenta. Les dijo que no iba a poder, pues ni siquiera tenía dinero para pagar la mensualidad de un piso. Entonces le sugirieron ir a vivir a un albergue…'Pero, ¿tú tienes hijos…?' –preguntó ella a quien le había hecho la sugerencia– ‘¿A que con hijos no irías a un albergue, no? Pues yo tampoco'».
También ha llamado a otras puertas buscando trabajo, pero ha sido en vano. «Incluso he hecho un cursillo de 20 horas de albañilería… Porque si me dan trabajo como albañil, lo cojo. Mientras tanto, quisiera prepararme para segurata, aunque para eso necesito encontrar un cursillo gratuito… ¡Ah!, bueno... Mucho Día de la Mujer, mucho luchar por la igualdad y el empoderamiento de la mujer... Pues resulta que me presenté en Binissalem para un trabajo de repartidora y me lo denegaron porque es un trabajo para un hombre. ‘¡Oiga! –le dije–, que yo he hecho de repartidora durante cinco años y he hecho bien mi trabajo'». Pero como si nada, él seguía con que el trabajo era para un hombre».
Nos vamos de okupas
Ante esta situación, Carmen lo tiene muy claro. «Me voy a la calle con mis hijos, pero no me voy a quedar en ella. Tenía controlada una casa deshabitada, que pertenece a un banco, pero una serie de circunstancias me han echado atrás. Pero buscaré otra, que también sea de un banco, y cuando la encuentre, le daré una patada a la puerta, entraremos y nos quedaremos a vivir como okupas. Y si la busco entre las que son de los bancos, es porque si okupo una que tenga dueño, le voy a perjudicar, y eso no lo quiero hacer. Tengo algo más de dos semanas para encontrarla, y una vez que estemos dentro, nos vamos a quedar hasta que el IBAVI nos de una que podamos pagar. Porque no hay derecho a que una persona que se ha pasado trabajando toda su vida, y cuando se queda en la calle porque no la renuevan, o por lo que sea, el Gobierno la deja completamente abandonada, o dándole una solución con la que no es posible sobrevivir».
Por lo que vemos, Mari Carmen tiene más que decidido lo que va a hacer una vez que la echen de la casa donde vive con sus hijos, «contra lo que no tengo nada que decir, pues entiendo al propietario. Vamos, que está en su derecho desahuciándonos».
Es okupa desde hace años
La de María del Mar es una historia similar a la de Carmen. Madre de tres hijos, además de mujer maltratada, con un ingreso mensual de 330 euros que le llega a través de los servicios sociales de Cort, más otro de 100 euros que le aporta el padre de uno de sus hijos, lo cual no le da ni siquiera para una habitación, por lo que no ha tenido más remedio que vivir como okupa. «La casa que hemos okupado –aclara– es de un banco, pues jamás me metería en ninguna de un particular».
De la casa solo paga la luz y la conexión a Internet, «porque el agua no me la cobra la comunidad, ya que friego la escalera». Y en cuanto a comer, solventa el problema yendo a buscar diariamente la comida a Tardor, más una caja con alimentos que le proporciona cada mes y medio SOS Mamás. «A fin de mejorar mi economía, como no encuentro trabajo, y eso que lo busco a diario, pedí la renta vital, pero no me la han concedido. Tampoco el IBAVI me ha solucionado lo de la vivienda. Me dicen que hay mucha gente que la está solicitando. ¿Que podría ir a un albergue hasta que me la dieran…? Pues no, y más con tres hijos que tengo. Un albergue no es lugar para que vivan niños».
Charlamos con ella en lo que hace cola en la acera que lleva a Tardor. «En realidad –confiesa– no es la primera vez que he sido okupa. Lo he sido en otras ocasiones. Siempre en casas de bancos… De verdad que es una aventura llegar hasta ella, pues te enteras que hay una en la calle tal, número tal, piso tal. Pero como no te especifica cuál es la del piso tal, no sabes qué hacer. Porque igual entras y te encuentras con que tiene dueño. Que ya me pasó una vez. Fuimos a la dirección que nos indicaron, pero en vez de okupar la casa del piso tercero okupamos la del cuarto. Una casa para flipar de lo guay que era, además amueblada. Vamos, un sueño de casa… Del que desperté cuando llegó el alemán, el dueño. Yo le conté mi problema y que nos habíamos equivocado. Él, en vez de rebotarse, me dio un tiempo para que buscara otra, y un poco de dinero. En otra ocasión me ofrecieron un local. Pero resulta que cuando iba a entrar en él, llegó una persona que dijo que era el dueño, y que quien me lo había ofrecido no le pagaba el alquiler. En fin… Son cosas que le pueden suceder al okupa». Nos contó María del Mar que antes de quedarse en la calle, vivía en una casa de un banco, que la desahució por no poder pagar. «En el juicio que tuvimos, le pedí que me hiciera un alquiler social, que eso si podía pagar, pero su abogado me dijo que no, por lo que tuve que salir con mis hijos». Pese a todo, a María del Mar se la ve una mujer fuerte, que va a luchar contra viento y marea por encontrar un trabajo y tener un techo.