Después
del gran éxito cosechado en las elecciones generales, Pedro Sánchez
necesitaba rematar la faena el 26 de mayo, en las locales,
autonómicas y europeas, para consolidar su poder institucional y,
también, para reforzar su propia posición política para afrontar
la delicada negociación con los independentistas catalanes.
Sanchez ha dejado entrever una parte de su estrategia negociadora, a través de sus terminales mediáticas. Quería que el 26 de mayo supusiera una meridiana victoria de ERC en las europeas en Cataluña ante la lista de Carles Puigdemont, con el objetivo ulterior de que también le venciera en los comicios autonómicas catalanes, sea cuándo éstos sean. De esta forma Puigdemont quedaría aislado en Waterloo, Junts marchitándose y el camino de la negociación con ERC – España para mi, Cataluña para ti- quedaría expedito, una vez que los republicanos ya han dejado claro - “tenemos que hablar” - que desean sentarse a negociar – Joan Tardà: “no habrá independencia, por ahora, pero no podemos seguir igual” - un serio incremento del autogobierno catalán a cambio de aplazar la ruptura con el resto de España.
Hace tres meses, cuando se publicó la primera encuesta de intención de voto al Parlamento europeo, Puigdemont no tenía ninguna opción de conseguir escaño. Sin embargo, a medida que transcurrieron las semanas y en Madrid se iba desarrollando el juicio contra los independentistas, el apoyo popular en Cataluña a Puigdemont crecía. Era él y no ERC quien rentabilizaba el proceso judicial y el victimismo consecuente. Con todo y con esto el PSOE todavía tenía la esperanza de que al final Junqueras le venciera en las urnas europeas. Sí, así ha sido si se contabiliza el voto en el conjunto de España, pero a estos efectos lo que cuenta en exclusiva es el voto en Cataluña, por obvias razones. Y ahí quien ha ganado ha sido Puigdemont.
Ha
sido un serio revés para la estrategia negociadora. El expresident
catalán no ha sido neutralizado por las urnas sino todo lo
contrario. Ahora se abren ante él varias opciones, todas muy
favorecedoras de sus intereses. La primera sería recoger el acta en
Madrid, ser detenido y montar el “pollo” internacional. Podría
ser, pero no parece muy probable. Porque ahora tiene alternativas muy
rentables que le ofrecen las mismas consecuencias positivas sin
necesidad de arriesgarse a ser metido en la cárcel, aunque fuera por
poco tiempo debido a la inmudidad. La segunda opción es la de no ir
a España y plantear un conflicto jurídico, sobre cuándo se
adquiere la condición de eurodiputado y por ende se goza de
inmunidad, ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que a
saber qué podría decidir. Y tercera posibilidad, que podría poner
en práctica al mismo tiempo que la segunda, hacerse nombrar ayudante
personal de un eurodiputado suyo, con lo cual no sólo controlaría
los muchos dineros que generarán sus dos escaños sino que, sobre
todo, tendría acceso libre a todo el Parlamento Europeo y podría
desde su seno montar mucho ruido en su intento – ya al alcance de
la mano – de “internacionalizar el conflicto”, tal y como
siempre dice.
Puigdemont ha conseguido un enorme éxito político, por mucho que en Madrid todavía no quieran verlo. Y lo que hace sonreír al expresidente catalán tiene por fuerza que hacer torcer el gesto a los dirigentes políticos españoles. Como mínimo el resultado del 26 de mayo ha lanzado sombras sobre la estrategia de negociación de Pedro Sánchez. Seguro que muchos se alegrarán. No obstante, que se estrechen las opciones de salida al conflicto – que no de solución, pues ésta no existe si no es la independencia – no es bueno para nadie.
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