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Es bien sabido que el sentimiento prosaharauí está bien arraigado en la sociedad española, equivalente al sentimiento propalestino, o procubano. No obstante, a pesar de esas sensibilidades, España no ‘llega a las manos' con Israel o con Estados Unidos. El exembajador mallorquín en Marruecos, Jorge Dezcallar, señala en su libro Valió la pena: «El problema reside en saber combinar en dosis justas estos elementos (...) en el marco de una relación compleja donde los aspectos pasionales se imponen con excesiva frecuencia a la fría racionalidad que exige la política exterior».

Relaciones España-Marruecos. El saldo comercial con Marruecos ha ido creciendo los últimos años al ritmo de un 2 % situándose el año pasado en siete mil millones de bienes exportados.
Al mismo tiempo la presencia de empresas españolas en el vecino país africano es muy notable en sectores como energía renovable, automoción, agroalimentaria y por la parte de empresas mallorquinas están presentes en el sector turístico, caso de Meliá, Iberostar, RIU y Barceló, entre otros.
La marroquí es la primera población extranjera en España con más de 700.000 personas y la primera también en Baleares con más de 50.000. Estos números bailan porqué los nacionalizados ya no cuentan como extranjeros en el censo y se camuflan en los datos reales.
Los últimos años, España, a través de la Unión Europea, ha elegido a Marruecos como el policía de su frontera sur, bien a través de convenios o bien a través de ayuda directa. Las autoridades marroquíes ejercían un férreo control en su contorno norteño a pesar de un aparente desgaste interno; pero suponía un beneficio para sus vecinos. La población subsahariana que llegaba a Marruecos se encontraba con un muro de contención y muchas veces se cuestionaba ese alto nivel de seguridad que ejercía Marruecos.
La colaboración estratégica en materia antiterrorista: Marruecos por su experiencia y por la madurez adquirida en la lucha antiterrorista ejerció estos últimos años de ‘radar' para Francia y España en la detección de lobos solitarios, operaciones terroristas en suelo español o información de alto nivel sobre ciertos complots. Esta asistencia se ha extendido a otros países de la Unión Europea como Bélgica u Holanda.

Las raíces del conflicto. En febrero de este año advertía en mi columna de las consecuencias del reconocimiento por parte de la administración de Trump sobre la soberanía de Marruecos en el Sahara. Comentaba lo siguiente: «Al ser España un país tan cercano a la disputa, es necesario que se sepa cuál es su posición. En ese sentido, está obligado a tomar partido antes de que sea tarde. No es descabellado que el día de mañana París inaugure una representación diplomática en Dakhla, en ese caso ¿Qué hará España?».
España ha guardado su decisión en el congelador durante estos meses, se ha permitido el lujo de cancelar la cumbre de alto nivel entre los dos países por las declaraciones del exvicepresidente y por último la metedura de pata con el ‘GhaliGate'.
Al otro lado, se situaron países como Francia que ha dado pasos firmes en esa línea y apostó por Marruecos apuntalando su postura a nivel diplomático y a nivel político.

¿Y ahora qué? Dos países vecinos no se pueden permitir el lujo de “rabietas de patio”, hay mucho en juego. Es la hora de ejercer la política y diplomacia con mayúsculas. El conflicto actual empieza y acaba en el Sáhara, en ese sentido España tiene que ejercer de mediador, tiene que hacerlo con Naciones Unidas para que se celebre un referéndum con garantías en la zona. Los países implicados en el conflicto tienen que poner encima de la mesa sus cartas y no vale ocultar los conflictos internos con el problema de Sahara.
Más de dos generaciones perdidas en el desierto, viviendo en unas condiciones pésimas, miradas perdidas y olvidadas que solo aparecen en los titulares fugaces. Por sentido común, por humanidad y si creemos en algún Dios o algo superior, tenemos que rescatar esta gente del olvido.
El conflicto Marruecos – España pasará como otras disputas del pasado, las relaciones entre los dos países mejorarán por imperativo económico y estratégico. La frontera sur volverá a ser más segura y no habrá más oleadas ‘durante una temporada'. Pero no habremos aprendido nada de este enésimo conflicto si no se soluciona el problema de fondo.