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Como el marinero en tierra de Rafael Alberti . Los políticos honrados, fieles a su ideario, deberían tener el cuerpo de roca y el alma de vidriera. La metáfora no tiene desperdicio. El cuerpo de roca para resistir los embates que emergen, injustamente, de determinadas cloacas. Y el alma de vidrio para demostrar que nada sucio se esconde en el interior del personaje público. Pero el fenómeno escasea. La mayoría de los politicastros, tertulianos de la taberna y los medios neopopulares, contemplan su propio ombligo y lo confunden con el centro del mundo, su único y exclusivo centro de todo y para todo. Usan, abusan e inventan los más altos niveles de demagogia y mezclan, como suele decirse, la gimnasia con la magnesia. Algunos se dicen escritores sin haber escrito más libros que los que proyectan en sus ridículas ensoñaciones. Otros se las dan de artistas sin que su pulso temblón les allane el camino al lenguaje de lo plástico. Como niños pequeños en el patio de un colegio tratan de hacerse oír a grito pelado. Son expertos en escuchar su propia voz y solo lo que les gusta es prestar oído al que les da la razón, ya sea por aburrimiento o para no alargar el debate. Fieles a un solo canal informativo, rehúsan contrastar opiniones con las demás voces, un modo de acumular falsas razones sobre un monte de sinrazón.

Tales personajes no podrán creer jamás en la democracia electoral y en la independencia y legalidad de los votantes. Tienen miedo cerval a los comicios y los referéndums. Son los adoradores del silencio ante las voces contrarias o distintas. ¿Cómo les gustaría que sólo votasen los suyos, aquellos que se ajustan a sus creencias? Les oímos decir que quienes ostentan la mayoría absoluta cuando no han ganado los suyos son seres ignorantes, engañados, ingenuos, borregos mal dirigidos, ciudadanos indeseables que no merecen el nombre de patriotas. Entonces devienen apocalípticos. Dicen que el mundo se hunde, que la patria se rompe, que se apolilla la bandera y que se traicionan los símbolos. Cantan romanzas a los sistemas exclusivistas, rancios y trasnochados que de todos modos, mientras la Unión Europea exista y España sea un pedazo de la Unión Europea, no volverán. Otra cosa es que jueguen a la dilación quienes les siguen el juego para que las violaciones de los derechos fundamentales no lleguen a los tribunales jurídicos internacionales.