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Efectivamente, ya tenemos nuestros propios chalecos amarillos (gilets jaunes), como Francia en 2018; muy indignados y agresivos por el aumento de precio de los combustibles. No es frecuente que una huelga que paraliza a todo un país sea jaleada y aplaudida por las derechas, para enorme desconcierto del Gobierno de izquierdas y ante el mudo estupor de los sindicatos mayoritarios, que no dicen ni pío, como si también estuviesen paralizados. Efectivamente, pasan cosas que no habían pasado jamás y el único referente ideológico de esta larga huelga de transportistas que amenaza los suministros y hunde la economía, también a causa de los precios de la energía y los carburantes, fueron aquellos chalecos amarillos franceses que pusieron Francia patas arriba, sin que nadie llegara a saber qué eran exactamente. Parece orientativo que la ultraderecha también les aplaudía, pero sólo orientativo; ellos no se reconocían de ninguna parte. Enfadados, descontentos, algo rurales también, aseguraban no tener nada que ver con la política. O sea, que se trata de un fenómeno muy vanguardista. Cuando no se sabe qué es, y no parece de derechas ni de izquierdas ni de nada, es que son chalecos amarillos. En esta actualidad líquida, mucilaginosa, transversal y bursátil, donde nada es política ni parece tener sentido (las características de la posrealidad), este fenómeno de cabreo masivo, posmoderno y fluido, es de lo más representativo. Macron se puso duro al principio, como nuestro Gobierno, y cuando luego intentó apaciguarlos (con dinero), como nuestro Gobierno, ya era tarde. No les pareció suficiente (el dinero). A todas estas, mientras la derecha exige más dinero para tanto damnificado, exige al mismo tiempo más rebajas de impuestos, sin que haga ninguna falta explicar cómo se logra ese milagro de la multiplicación de los panes y los peces. La posrealidad es así. ¿Y qué pienso yo de esta huelga de transportistas en plena guerra europea? Nada, por supuesto, como UGT o CCOO. Si después de tres años todavía no he logrado entender qué eran los chalecos amarillos franceses, cómo voy a entender a los nuestros, que encima son españoles, y de los muy enojados.