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Hace casi medio siglo que Hassan II, ante la debilidad del Gobierno español por la agonía de Franco, ayudado por los EEUU, lanzó a unos cientos de miles de marroquíes hacia la línea fronteriza del Sahara y Madrid decidió ceder aquel territorio a Marruecos. En un papel humillante para el Ejército, entregamos a su enemigo secular a los que estábamos obligados a defender, atados de pies y manos.
Pero la traición había empezado antes. El 17 de junio de 1970, el Gobierno convocó a la prensa internacional a presenciar una manifestación como muestra de adhesión de los saharauis a España. Tuvo una raquítica asistencia. Por la tarde, en la zona de Zemla, unos cinco mil saharauis se manifestaban a favor de un Sahara libre. A una compañía de La Legión le dieron la orden de disolverla y, en un momento, quedó la explanada desierta, salvo por los cuerpos yacentes de once saharauis muertos y algunos más suplicando atención a sus heridas.

Al día siguiente fue detenido Basiri, considerado el padre de la patria saharaui. Le llevaron a la cárcel de Habs Sharguí y, por ser el líder de ese movimiento, la investigación se centró en él. Fue torturado y se llegó a simular su fusilamiento. Durante el periodo de su detención pasó cinco veces por el hospital. Basiri sucumbió a la atrocidad humana: delató a sus compañeros, dijo todo lo que guardaba en la memoria. Quedó con el cuerpo maltrecho y el alma arrancada. ¿Qué hacer con Basiri? Una patrulla del Tercio al mando de un comandante se lo llevó, enfiló la carretera de la playa y, a unos diez kilómetros, se detuvo. Entre esas arenas, quizá algún día aparezcan los huesos del líder del movimiento de liberación saharaui.

En 1973 comenzaron los encuentros armados entre militares españoles y fuerzas del Polisario. El Gobierno empleó la técnica de la represión masiva, como anteriormente había hecho Francia en Argelia. Durante los enfrentamientos de esos tres años murieron diez militares españoles, la mayoría nativos, por un número incalculable de saharauis que dejaron su vida en combate, fusilados en el mismo lugar donde fueron hechos prisioneros o tras una detención en espacios sin nombre en el desierto. Esa estrategia fue el mejor banderín de enganche del Polisario.

Tras la presión de la Marcha Verde les dejamos en el mayor desamparo jurídico pese a llevar más de un siglo colonizándolos, poseer la nacionalidad española y disponer de DNI. Rompimos la promesa de garantizar la integridad del territorio y su autodeterminación. Traicionamos al amigo hospitalario que había confiado en nosotros. Entregamos el territorio de forma fraudulenta en base al aberrante Acuerdo de Madrid, sin que asistiera a Marruecos ningún derecho e infringiendo todas la resoluciones de la ONU. No se tuvo en cuenta la guerra que esa decisión iba a causar, ni el desprestigio internacional para España.

La consecuencia fue la entrada del coronel Ahmed Dlimi a sangre y fuego, con 5.000 hombres, carros de combate, autoametralladoras para ocupar las ciudades y los puestos del interior que, abandonados por los españoles, había ocupado el Polisario. La misión era eliminar o detener a todo el que no fuera español, condenando al pueblo saharaui al éxodo hacia Argelia. Se formaron columnas de familias que huían protegidas por los polisarios, pero no pudieron evitar la masacre de los ametrallamientos y bombardeos aéreos con napalm. En El Aaiun los marroquíes ocuparon los cuarteles, allanaron las moradas de los saharauis, los torturaron y a muchos los asesinaron de crueles maneras, como lanzándolos al desierto desde helicópteros. España ocupó el territorio de un pueblo independiente y, tras gobernarlo durante un siglo, lo entregó de manera mezquina a su enemigo. De ahí viene la deuda moral de España.