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Ayer domingo, solemnidad de Pentecostés, entró en vigor la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium del papa Francisco. Se trata de un documento que promulga una reforma integral de la Curia romana. Muchos lo interpretan como una revolución interna en el Vaticano. Algunos como un primer paso, para cambiar la Iglesia en el mundo. Los menos creen que es un gesto menor que debería abordar cuestiones de mayor calado. En cualquier caso, el documento afianza la intención del Pontífice de poner al día a la Iglesia. Tengo que reconocer que hace años que leo los documentos que escriben los papas. Soy de los que piensa que la palabra escrita dice más cosas que la palabra hablada. Y, la verdad, este nuevo documento es una muy buena noticia.

La Praedicate Evangelium predica que cualquier laico –hombre o mujer– puede dirigir un dicasterio (algo así como un ministerio o una consellería) y llevar a cabo funciones de gobierno y responsabilidad en la Curia romana. El documento también predica que el número de los dicasterios vaticanos se verá reducido uniendo a los que son afines entre sí, con el objetivo de mitigar la burocracia y los gastos que ello genera. El documento también predica la promoción de tres dicasterios como fundamentales: el dedicado a la Evangelización, el que estará al servicio de la Caridad y un gran dicasterio de Cultura que unirá Cultura y Educación.

Esta reforma de la Curia consolida el plan que Franciso puso en marcha hace unos años que afecta a los órganos internos de esa institución milenaria que es la Iglesia. De puertas adentro, este cambio repercute en su organización y estructura. De puertas afuera, las Diócesis y Conferencias Episcopales del mundo están celebrando un sínodo que será la justificación para cambiar la Iglesia exterior, en su totalidad. Se avecinan grandes cambios.