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Los cambios que está viviendo nuestra sociedad debido, de modo especial, al afianzamiento de las nuevas tecnologías, hace que los influencers sean los que más venden un producto o una idea y son los que aumentan en popularidad, pero no quienes confieren prestigio. Hoy se da el mismo valor a la opinión de un experto que a la de un profano. La sociedad está prescindiendo de los científicos, de los que saben, de los que no sólo se dejan llevar por el corazón, sino también por la razón.

Vivimos una especie de neorromanticismo sin matices en el que lo enrollado es dejarse arrastrar por las pulsiones, por los arrebatos, por el «allá voy donde el corazón me lleve». En política, los científicos son más necesarios que nunca. Isaac Newton decía: «Los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes». Los políticos hablan mucho de construir puentes, pero no saben cómo hacerlo. Les falta la razón o quizás consultar a los científicos.

Para formar gobiernos hay que prescindir más de los amigotes, de los del mismo partido, de los que sólo saben de poltronas, de los que han hecho de la política su profesión, y consultar más a los científicos. Porque como decía Louis Pasteur: «La ciencia es el alma de la prosperidad de las naciones y la fuente de todo progreso».