Vamos a ponernos conspiranoicos por un rato. Es un ejercicio divertido. Pensemos que el confinamiento motivado por la pandemia no fue más que un experimento de quienes dominan el mundo para probar hasta qué punto somos obedientes y estamos dispuestos a sacrificar muchas cosas movidos por el miedo a una amenaza fantasma (el virus). Añadamos la posibilidad –remota, espero– de una guerra nuclear derivada de la invasión rusa a Ucrania.
Si unimos los puntos de estas dos ideas, tendremos el perfecto porqué del anunciado Metaverso de Zuckerberg: una tercera dimensión en la que podríamos «vivir» mientras permanecemos encerrados en un búnker atómico. Sin poder salir, sin vistas, enredados en unas relaciones familiares tensas, nuestra única salida será pasear, respirar, disfrutar de ese universo virtual en el que, además, podremos ser todo lo jóvenes, guapos, altos y rubios que deseemos. Pero, ojo, el porqué del Metaverso no es que nos divirtamos, aprendamos y creemos nuevas relaciones sociales –que también–, sino hacer negocios. Lo de siempre.
Para eso se ha inventado la tontada de los NFTs y las criptomonedas, que serán imprescindibles en esa otra realidad intangible. Vaticino que, aunque no haya hecatombe nuclear, millones de personas se lanzarán con alegría al Metaverso a vivir experiencias que no han sido capaces de construir en la vida real. Porque la vida real nos condena no a vivir, sino a trabajar hasta convertirnos en ancianos achacosos, a conseguir un salario que apenas alcanza para pagar los servicios básicos, a establecer relaciones superfluas, perecederas, muchas veces por interés, a viajar solamente cuando toca –vacaciones–, a tener salud para seguir trabajando... tan parecido a una cárcel.
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