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Sigue la guerra entre Rusia y la OTAN, que obedece a su dueño. Y continúa el terror, con jóvenes matándose bajo las órdenes de políticos sin escrúpulos, los que los utilizan para, con el pretexto de las Patrias o la Libertad, servir a los señores de los grandes negocios criminales como, por ejemplo, y, sobre todo, los de la industria armamentística, algo espeluznantemente monstruoso, algo que no se condena ni se lleva a los tribunales nacionales porque son precisamente las naciones los que lo promueven y organizan.

También son negociantes criminales los que pretenden acaparar todas las riquezas y mercados, los que son más mafiosos que decentes (porque de decentes no tienen ni un solo átomo), los que pretenden llevar (y llevan) a enfrentamientos y no a colaboraciones que podrían y deberían ser las únicas existentes. Sin duda alguna, en el mundo actual podrían perfectamente coexistir, y con buena vida, China, Rusia, EEUU y Europa, y sin recurrir a colonialismos como los del pasado o los todavía hoy existentes bajo la capa del disimulo.

Sigue la guerra que nunca debería haberse desencadenado si los dirigentes que la provocaron hubieran sido gentes limpias de corazón. Tendría que haber sido posible «la casa común europea» que deseaba Gorbachov, el que fue traicionado por los civilizados europeos, los que instalaron misiles y humillaron a Rusia con provocaciones, como ha sido también provocación la visita de Nancy Pelosi a Taiwán. Tendría que haberse llegado a acuerdos diplomáticos, estos a los que parece ser que explícitamente se opusieron personajes tales como Boris Johnson, acuerdos a los que siguen oponiéndose ahora los que meten más gasolina al fuego con la aportación de material de guerra incesante o consejeros militares para perfeccionar a los ucranianos en el ‘arte' de matar.

Sigue la guerra, sí, y utilizándose los ánimos nacionalistas de los ucranianos que quieren independencia y de los que, por hablar ruso, quieren pertenecer a Rusia, ucranianos todos (salvo sus dirigentes) utilizados en favor de intereses que no son los suyos y que los pagan con muerte y horror, igual que los ciudadanos europeos, que pagaremos pronto por unas sanciones a Rusia que rebotarán contra nosotros, pero no contra nuestros mandatarios, sean españoles, ingleses o alemanes, que seguro que no tendrán restricciones, ni pasarán frío y seguirán además enriqueciéndose.

Se juega con las vidas ucranianas, como se jugó en su momento con las de los yugoslavos, los iraquíes y las de otros tantos lugares. Así va nuestro mundo. Y con gentes engañadas y a las que para nada se les consulta. Nada se nos pide sobre si estamos o no de acuerdo con lo que ocurre. Nadie lo hace. No se pide en Rusia ni se pide aquí, en la Europa cada vez más decadente y que presume de ser el paradigma de las libertades, pero que cuando conviene las coarta.

¡Cuánto cinismo, cuántos pocos escrúpulos y cuánta indiferencia por parte de los que no tendrían que tener en absoluto la conciencia tranquila a causa de sus repugnantes acciones! Sigue la guerra, en efecto. Y sigue el riesgo enorme de prepararse el escenario para una guerra nuclear absoluta. ¡Cuánta falta de sensatez y cuánto egoísmo, criminalidad, hipocresía, engaño y cinismo! ¡Cuánta decepción ante lo que está pasando!