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Lo acaba de reconocer el presidente de Castilla-La Macha, Emiliano García-Page. «No se pueden discutir las penas de los delitos con los delincuentes», ha dicho tras el chalaneo con las condenas por malversación.

El argumento del sanchismo es justamente el contrario, que Cataluña está más calmada y más unida al resto de España que hace cinco años. Y todo porque no hay las algaradas violentas de antes que el separatismo ya no necesita para ir paso a paso desvinculándose de España: incumplimiento de las clases en castellano, indulto a los golpistas, supresión del delito de sedición, rebaja de penas a los de malversación, negociación del referéndum…

El manchego no es el único socialista notable en advertir del peligro de fragmentación del país. Y no me refiero a los líderes históricos que no cuentan nada hoy día, como Alfonso Guerra y Felipe González, o el expresidente de Madrid, Joaquín Leguina, expulsado del partido. Gente más actual y con mando en plaza, como el aragonés Javier Lambán hacen equilibrios un día sí y otro también para reconocer que a su partido y a España les iría mejor sin Pedro Sánchez.

Algo se mueve, pues, en el Partido Socialista antes de que éste se hunda en el fondo del abismo. Y es la única esperanza de conjurar desde dentro el peligro del sanchismo, ya que la oposición sólo arrastra los pies ante la deriva secesionista de Cataluña.

Bienvenidos, pues, los intentos de racionalizar y frenar la deriva independentista y encauzarla, aunque sea por el interés electoral egoísta de un partido que se la juega en los próximos comicios autonómicos y municipales.