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Hay una corriente de análisis económico que asegura que lo que sobra ahora mismo en España es mano de obra y, por ende, animar la natalidad y la inmigración es un suicidio colectivo. Sabemos que el argumento que sostiene la necesidad de traer más gente es que ellos se encargarán de pagar las pensiones. Especialmente ahora, que empieza a jubilarse la generación más abundante de la historia: los boomers. Y la mayoría tendrán buenas pensiones, porque han tenido carreras profesionales largas y fructíferas (probablemente serán los últimos). Como justificación simple parece correcta, pero en un país con tres millones de parados enquistados (y quizá alguno más que se maquilla con ingeniería estadística) ¿lo que hace falta es más población? Esta mañana he bajado al centro de Palma a hacer algunas compras. Como siempre que lo hago, he notado cambios. Comercios que han cerrado, otros nuevos que brotan. Pero lo más llamativo que he encontrado es que en los grandes almacenes donde acostumbro a proveerme de calcetines han eliminado los largos mostradores de cajeras por filas de máquinas en las que tú mismo te cobras, te empaquetas y te largas. Algunas de las empleadas de esa tienda llevan décadas allí. Como en otros comercios de este tipo en Palma, muchas entraron de jovencitas y están cerca de alcanzar la edad de jubilación, porque han pasado treinta años en el mismo puesto de trabajo. Imagino que la multinacional habrá hecho sus cálculos y le resultará más favorable no cubrir las plazas que quedan vacías y sustituirlas por esos aparatitos sencillos de usar, que nunca se cogen una baja y ni siquiera necesitan un salario, unas vacaciones y algún que otro día libre para cubrir emergencias familiares.