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Tranquilos, ya no se puede decir que sea Navidad, ni fiesta, ni medio fiesta. Ya ha pasado todo, hoy no se celebra nada, de modo que si ya han sacado las bolsas de basura clasificada (casi todo papel de embalaje), no hay nada que hacer y pueden relajarse por fin con la satisfacción del deber cumplido. Si, habrá que trabajar, pero qué es el trabajo comparado con las agotadoras jornadas entrañables de las últimas semanas. Nada, coser y cantar. Por fin. Espero que la mayoría de ustedes hayan podido regresar a casa sanos y salvos, o al menos sólo con lesiones leves, listos para abrazar sus rutinas (en ellas reside la única felicidad posible, escójanlas bien) y pasar página. Al fin es después de fiestas, tiempo difuso y algo brumoso, un tanto monótono, que sin embargo es lo más parecido al paraíso terrenal que alcanzaremos a conocer. Sin efemérides, sin grande eventos, sin música de las esferas, sin ceremonias, sin tonterías.

Ya está, se acabó, ya pasó la anomalía, hemos sobrevivido un año más. Deberíamos felicitarnos con alegría unos a otros (feliz ausencia de Navidad, diríamos) pero como no hay costumbre social, mejor no intentarlo. ¡Ah, las costumbres sociales! ¿Quién inventaría estas engorrosas obligaciones? Probablemente los mismos lunáticos que inventaron la actualidad, porque además de al trabajo y la rutina, que es lo de menos, lo primero que ocurre cuando por fin ya se puede decir que ha pasado todo, es que hay que volver a la actualidad. Que tiene sus pros y sus contras, sus más y sus menos. Les gustará saber que durante siglos no existía tal cosa, la actualidad no existía, y ahora, gracias a los medios de comunicación, todo el mundo la toma por la realidad.

Lo único real, qué disparate. Ucrania, la crisis energética, los precios, las inmediatas elecciones, lo que dice este y replica aquel, los forcejeos judiciales, los cotilleos, los chanchullos, todo eso. Tras unas semanas ficticias, la actualidad determina que ya estamos en la realidad, y es esto. No se lo crean, se trata de otro invento para que no podamos disfrutar del fin de las celebraciones entrañables. Habrán oído decir que ahora hay coger el ritmo (de la actualidad, de la realidad), muy parecido al baile de san Vito o la tembladera de la oveja. Tampoco. Tranquilícense. Ya ha pasado todo.