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Hace 47 años que el 20 de noviembre, a la muerte de Franco, se inició la transición a la democracia. El periodo concluyó con la aprobación en referéndum de la Constitución. Sé que los confines de la Transición no son pacíficos. Mas, yo lo cuento cómo me pareció verlo. Porque lo que sí es cierto es que estuve de cuerpo presente. En el referéndum participó el 77,72 % del censo electoral nacional; se abstuvo el 22,28; la votó a favor el 97,36; y en contra el 2,64. Se aprobó, pues, abrumadoramente. El rey Juan Carlos había tomado posesión del cargo dos días después del óbito de Franco, de quien heredó plenos poderes. El presidente del Gobierno, Arias Navarro, no había dimitido. El Rey, pese tener poder bastante para destituirle, no lo hizo.

Fernández Miranda, el gran muñidor del proceso, le hizo ver al Rey que Arias Navarro concebía la situación como de mera continuidad y que retenía mucho poder, por lo que debía andarse con pies de plomo. Por eso, el Rey le confirmó. Los servicios diplomáticos debieron explicarlo muy bien en el exterior: a Kissinger, Giscard d’Estaing y Walter Scheel, etc. Se legalizaría el PC, el acérrimo enemigo, y Carrillo, que se había deslizado hasta el eurocomunismo, aceptó la bandera roja y gualda. Los pasos iban perfilando una monarquía constitucional en vez de la república prometida por la izquierda. El Rey, en su toma de posesión, había jurado las Leyes Fundamentales del Régimen; preocupándole, por ello, poder incurrir en perjurio.

El pesar se lo disipó el astuto Torcuato, haciéndole ver que la Ley de Sucesión establecía que las Leyes Fundamentales podían ser derogadas y modificadas, aceptando desde ellas mismas la posibilidad de reforma. El maquiavélico Torcuato consiguió que el régimen se hiciera el haraquiri, al tiempo que conseguía lo más importante: desplazar el régimen de la ley franquista a la ley democrática, mediante la Ley de Reforma Política, que también se había votado en referéndum para ganar legitimidad. La obra maestra, casi mágica, de ingeniería juridicoconstitucional consiguió legitimar la situación mediante la fórmula de la ley a la ley, evitando que el cambio de régimen fuera cruento. Nadie lo impugnó. Hubo claro asentimiento. Ahora, 44 años después, se cuestiona todo y como don Torcuato ya no está… La prudencia aconseja recuperar los pies de plomo.