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Ya quisiera yo que el consentimiento estuviese en el cogollo de todo. Pero de todo, incluyendo la geopolítica, el capitalismo neoliberal, las relaciones laborales, la religión y el acoso publicitario. Las patrias, que deberían ser consentidas y nunca obligatorias. Y por supuesto la digitalidad y la realidad virtual. No existe la figura jurídica del consentimiento digital, que defienda a la gente en la vida diaria, los trabajos y los entretenimientos de ser digitalizada contra su voluntad, y luego reducida a flujo de datos (peor que cosificar), mientras a la vez se la vigila, espía, agrede tecnológicamente y pastorea de aquí para allá con algoritmos, imágenes virtuales y chorradas inverosímiles. No existe exigencia de consentimiento contra los abusos informáticos a todas horas, se da por supuesto que nos gusta, y si no, ya nos acabará gustando. Y debería existir. Pero resulta que entre las muchas libertades que al parecer disfrutamos, no se contempla la de ser analógico. Ni el Gobierno, ni los bancos, ni los jueces ni el resto de poderes terrenales, empezando por el económico que es el que manda, toleran semejante antigualla. A mí se me obliga diariamente a mantener relaciones digitales no consentidas con desconocidos, y a soportar ese ciberacoso sin rechistar, porque si bien mi cuerpo aún es mío, mi mente es suya y pueden hacer con ella lo que les dé la gana. Por mi bien, claro está, por el progreso de la civilización. Hasta tenemos un Ministerio de Transformación Digital a cargo de la señora Calviño, la más competente del Ejecutivo, que naturalmente incluye inteligencia artificial. ¿Y qué pasa con los que no consienten ser transformados? Que se joden, y lo digo por experiencia. ¿Pueden al menos denunciar ese atropello? Pueden, pero como no sólo es totalmente legal sino obligatorio, lo único que sacarán es un doble bochorno. Un ridículo social. Si quieres ser analógico, antes hay que pasar a la clandestinidad. Donde te localizarán fácilmente por tu huella digital, y serás devuelto al redil. No pretendo hacer comparaciones odiosas fuera de lugar, pero convendría ampliar el consentimiento a otros ámbitos turbios sin justicia ni ley. El digital, por ejemplo.