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En política lo más importante no es lo que se dice sino lo que se da por hecho. Aquello que Gramsci hubiera denominado como ‘hegemónico'. Porque lo que se dice explícitamente es objeto de debate, está sometido a la crítica; sin embargo, lo que se da por supuesto, lo que está implícito en la conversación pública, no está sometido a estos límites, son ideas instaladas socialmente muy difíciles de combatir en el supuesto de que sean equivocadas. Y pueden serlo, naturalmente. Por ejemplo, tanto si se escucha el discurso de los políticos como el contexto en el que es asimilado, hay que dar por real que el Govern es una especie de protector que vela por sus ciudadanos, convirtiendo su gestión en clave. Que el Govern nos dé viviendas, que limite el precio de tal o cual producto, que diga qué turista puede o no puede venir, que determine cómo invertir, que estipule en qué lengua hemos de hablar, que autorice esto o aquello está socialmente aceptado; no se debate. Es lo que damos por hecho. Incluso le pedimos más. Que lo haga todo. Por eso, como la institución vendría a ser decisiva para nuestro futuro, las votaciones se presentan como trascendentales.

Yo pienso que las cosas no son así. Una sociedad son sus integrantes. Su dinamismo es el de sus ciudadanos. Su prosperidad depende de la capacidad de su población para vencer las dificultades, para trabajar. El millón largo de ciudadanos que vivimos en las islas somos los verdaderos protagonistas del futuro, no sólo votando el domingo 28, sino sobre todo emprendiendo, trabajando, innovando, pensando, haciendo. El Govern, en este sentido, es una institución que nos hemos dado que nunca va a resolver nuestros problemas sino, como mucho, canalizará nuestro dinamismo. La verdadera concepción debería ser que el Govern nos representa, lo hemos escogido nosotros y, lógicamente, el representante nunca reemplaza al representado. La narrativa dominante, sin embargo, describe a la institución y sus integrantes como el Moisés que va al frente de un pueblo que sigue sus pasos en silencio.

Tener claro que Baleares depende de sus habitantes y no del Govern es democráticamente fundamental: nunca debemos desplazar el protagonismo esencial, por más que esté interesadamente instalada la idea de que todo depende del Govern, de que los políticos son los que hacen las estrategias que definirán nuestro devenir, que ellos nos han de salvar. Basta mirar hacia atrás para entender que esto no era así: existía Baleares antes que sus instituciones. No sólo es que esta narrativa no es verdad sino que, además, en estos momentos de la historia los políticos que nos están tocando son particularmente mediocres, resultado de que socialmente está muy mal visto dedicarse a esta actividad.

Veamos dos extremos. ¿Cómo resolver el problema de la vivienda? Hay incontables empresarios que se dedican a construir viviendas para vender, y que las quieren vender al precio de coste más un beneficio moderado. Lo cual sólo puede ocurrir si el suelo es asequible y si hay competencia. Olvidamos que si hay competencia, nadie va a pedir un precio exorbitado porque simplemente quien se salga de ese marco no conseguiría vender. Sin embargo, nos lían con la idea de que el Govern nos hará viviendas, como si eso hubiera funcionado alguna vez en algún lugar.

Quien dice vivienda dice turismo, transporte, comercio o educación. Baleares creció cuando su sociedad se buscó la vida, sin que ningún político estuviera haciendo de líder. No es que molesten, pero no nos resolverán nada. Simplemente porque la sociedad es insustituible. En el otro extremo, hemos llegado a que nos digan si un alimento es dañino para la salud, cómo se ha de presentar el aceite para aliñar una ensalada en un restaurante, cuánto podemos trabajar si hace calor o a qué temperatura tenemos que tener el aire acondicionado. ¿Pero no tenemos autonomía individual ni para eso?

Un gran error de nuestro debate político es centrarlo en qué puede hacer el Govern por nosotros y no al revés. No pagamos impuestos para que con ellos los políticos decidan sino para que hagan lo que les hemos encargado. Esta confusión nos hace pensar en que nos podemos inhibir una vez hemos votado. De hecho, es lo que hacemos. Nadie participa en los partidos, los sindicatos son estructuras muertas, las patronales son aplaudidoras de quien les paga, los movimientos sociales están controlados por los partidos, mayoritariamente de izquierdas. La democracia al revés: no delegamos en alguien que esté al frente sino que le decimos que desde ese lugar nos reemplace. Ahí radica parte de nuestro fracaso repetido, de nuestra frustración colectiva.