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Todos cuantos alcaldes ha tenido Palma han tenido buen cuidado de hacer un lavado de cara a la ciudad y evitar las obras fastidiosas antes de una campaña electoral. El hecho de repintar las señales de circulación horizontales, las hoy inexistentes líneas blancas que separan los carriles y delimitan los pasos de peatones, mejoraban la imagen urbana; por lo que se refiere a las obras, los manuales básicos enseñan que a la hora de enfrentarse a las urnas han de haber desaparecido las molestias, por intensas que hayan sido.

Durante los últimos cuarenta años, todos los alcaldes han adoptado al menos esas precauciones. Todos menos uno. Precisamente, al que Pedro Sánchez ha dedicado cálidos arrumacos en su reciente participación en la campaña socialista balear. José Hila (Jose para el cariñoso presidente) ha expresado su compromiso con «un proyecto transformador». Como es seguro que no pretendía espantar todavía más a los vecinos de Palma, hay que pensar que no se desenvuelve en la misma realidad que el resto de mortales, o bien que considera a los ciudadanos cortitos de entendederas. Después de seis años como alcalde, cuatro del actual mandato y otros dos del reparto con Més en la anterior etapa, su anuncio resulta un tanto grotesco a la vista de los hitos del abandono de la ciudad, de los que la necesidad de circular en coche por intuición es sólo la anécdota. ¿Proyecto transformador, de qué? ¿De las galerías de la Plaça Major? ¿Del edificio de Gesa? ¿Del Términus, en la Plaça d'Espanya? ¿Del atasco permanente? ¿De la agonía para encontrar una plaza de aparcamiento? ¿De la mugre que pega los pies a las aceras en muchas barriadas? Por no insistir en el riesgo de ser viandante a causa de bicicletas y patinetes deambulando sin control, o en la carestía de la vivienda, o en la alarma social provocada por las okupaciones de propiedades privadas.

La singular referencia mitinera de Sánchez no es casual. El censo electoral de Palma será decisivo en el conjunto de Baleares. Los expertos y la demoscopia parecen dar por decantadas las demarcaciones de Formentera (la lista de Vox malbarata las posibilidades del centro derecha) y Menorca hacia la izquierda, y Eivissa para el PP. La contienda concluyente será en Mallorca y particularmente en Palma, dado su peso poblacional. En el territorio de la izquierda la única curiosidad reside en si los actuales socios, PSOE, Més y Podemos, se lanzarán alguna pulla, aunque no parece dado que la campaña es una remanso de paz, como si Francina Armengol, la candidata socialista, dirigiera las estrategias de sus aliados repartiendo los papeles en función de las necesidades de la función.

Por lo se refiere al PI y Cs, la barrera del 5 % para entrar en el reparto de asientos en las instituciones se aparece como infranqueable, de forma que sus votos no contribuirán a la derrota de la izquierda que dicen ansiar, serán sufragios inservibles. Ante la eventualidad de un voto oculto al PP como única alternativa consistente, un perspicaz analista contraponía el voto oculto de la abstención, alimentada por el desengaño con el PSOE y las sortides de botador de sus aliados. En medios populares dicen detectar ganas de votar por el cambio. Y el indeciso tiende a inclinarse por quien percibe como ganador.