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Tiene nombre de pija pepera de toda la vida y seguramente lo es. Pero no vamos a juzgarla por eso. Los que llegan en nuestro país al olimpo de la clase política adquieren por derecho propio el estatus de ser criticable o, como mínimo, analizable. Lo mismo en las tertulias de bar barriobajero que en la prensa. Va con el cargo. Y con el sueldo. Cuca Gamarra es esa señora que sale por la tele a todas horas criticando al Gobierno. Dentro de poco, me temo, cambiará de función porque se dedicará a loar 24/7 a su gran timonel, si alcanza la gloria a la que aspira. Pero todavía ejerce ese papel de criticona deslenguada que no se corta en desmerecer cualquier cosa que hagan, digan o piensen sus rivales políticos, aunque sean positivas para la inmensa mayoría de los ciudadanos. Por eso hoy le voy a dedicar mi inquina personal porque ha decidido subirse a ese carro nefasto en el que ya viajan muchos de sus compañeros de partido: el que asegura que no pasa nada por trabajar hasta los setenta años. Lo dice una mujer que nunca ha tenido otro trabajo que la política. Ella conoce, explica, a muchas personas dispuestas a extender su actividad laboral sine die y lo encuentra muy natural, puesto que la esperanza de vida es larga. Yo no conozco a ninguna. Al contrario, pasados los 55, estamos todos mirando al horizonte del descanso y la tranquilidad. Argumenta, claro, que el sistema de pensiones no es sostenible; la cantinela del empresariado. Y sin embargo no pone el menor pero al engorde ad infinitum de los presupuestos de Defensa que ¿sí son sostenibles? o a la juerga política que multiplica el número de cargos electos generosamente pagados. Esa fiesta también es sostenible. Deben ser ellos los que quieren seguir chupando del bote hasta los setenta.