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Pintan bastos para el PSOE en las encuestas. La derrota sufrida en las elecciones locales y autonómicas y su consecuencia más visible, el relevo de poder a favor del PP, está configurando un escenario con el que no contaban los estrategas de La Moncloa cuando animaron a Pedro Sánchez a plantear los comicios del 28 de mayo como un plebiscito. Plebiscito que perdió. Entre otras razones porque en esta ocasión muchos votantes socialistas le dieron la espalda. Unos optando por la abstención y otros –es la primera vez que sucede–, votando a candidaturas del PP. Algunos sociólogos hablan de 600.000. Nunca, ya digo, había sucedido algo así porque pese a las discrepancias con los sucesivos liderazgos, al final, primaba lo que se conoce como el ‘patriotismo de partido'. Pero la forma cesarista de gobernar de Sánchez y la postración a la que ha llevado la vida interna del partido le ha hecho perder el apoyo de muchos militantes. Ese desafecto se hace notar sobre todo entre los más veteranos, la generación que apoyó con entusiasmo los sucesivos gobiernos presididos por Felipe González.

Algunos de los que fueron ministros en aquel entonces critican ahora abiertamente a Sánchez por su alianza con los separatistas y por haberse dejado arrastrar a posiciones radicales más propias del discurso de sus socios de Podemos. Sánchez, que en su día fue defenestrado de la secretaria general porque quienes formaban el núcleo duro del Comité Federal desconfiaban de él, consiguió regresar y modificó las estructuras del PSOE para desactivar las instancias internas de control. Ya no hay debates. Se hace lo que Sánchez dice saltándose la opinión de las federaciones como se ha visto estos días en el proceso de elección de los candidatos a los comicios del 23-J. Sánchez sabe que ahora se la juega. Lo que nadie sabe es qué pasará después en el PSOE sí pierden las elecciones.