TW
4

Hemos llegado al final de la campaña electoral y queda en el aire la añoranza de otra forma de hacer política. Para adultos. Con propuestas y explicación de programas. Sin la permanente descalificación de los contrarios que lleva a la fatiga y al alejamiento de la cosa pública.

Salvo contadas excepciones, tanto los dirigentes políticos que pugnan por retener el poder como quienes aspiran a relevarlos han sido incapaces de separarse de los tópicos con discursos en los que la dosis de demagogia y de mentiras ofenden al sentido común. Pedro Sánchez ha tratado –sin éxito– de disfrazar sus reiteradas mentiras como ‘cambios de opinión'. Y ha terminado la campaña sin que ninguno de cuantos le han entrevistado haya conseguido sacarle qué es lo que motivó el volantazo en relación con la política tradicional española sobre el Sáhara Occidental.

Es un asunto envenenado, una mala herencia, fruto de una política oscurantista tejida a espaldas del Parlamento. Caso de que se confirmen los pronósticos y llegado el caso consiga formar un gobierno –con o sin el concurso de Vox– tampoco será fácil para Núñez Feijóo establecer una línea política de contención con las fuerzas de la órbita nacionalista independentista (ERC, Junts, Bildu) que llegan a este momento de la historia crecidas por las concesiones que le fueron arrancando a Sánchez a lo largo de legislatura.

Antes de saber con qué respaldo parlamentario van a contar ya han dejado claro que quieren hacer valer el mal llamado derecho de autodeterminación. En el caso de ERC promoviendo una consulta a modo de referéndum disfrazado. Confían en que Sánchez pueda seguir en La Moncloa. Si así fuera, apuestan que aunque Sánchez ha negado tal posibilidad, a la postre –como hizo con los indultos y la supresión de delito de sedición– acabaría cediendo. Sería el peor de los escenarios posibles porque ya pasamos por algo similar cuando el simulacro de referéndum del 2017 y la ristra de desórdenes públicos y tensión que acompañó aquel intento de golpe.